martes, 14 de mayo de 2024

Luz estelar. Isaac Asimov

LUZ ESTELAR     Arthur Trent oyó claramente las palabras que escupía el receptor. -¡Trent! No puedes escapar. Interceptaremos tu órbita en un par de horas. Si intentas resistir, te haremos pedazos.    Trent sonrió y guardó silencio. No tenía armas ni necesidad de luchar. En menos de un par de horas la nave daría el salto al hiperespacio y jamás lo hallarían. Se llevaría un kilogramo de krilio, suficiente para construir sendas cerebrales de miles de robots, por un valor de diez millones de créditos en cualquier mundo de la galaxia, y sin preguntas.     El viejo Brennmeyer lo había planeado todo. Lo había estado planeando durante más de treinta años. Era el trabajo de toda su vida. -Es la huida, jovencito -le había dicho-. Por eso te necesito. Tú puedes pilotar una nave y llevarla al espacio. Yo no. -Llevarla al espacio no servirá de nada, señor Brennmeyer. Nos capturarán en medio día. -No nos capturarán si damos el salto. No nos capturarán si cruzamos el hiperespacio y aparecemos a varios años luz de distancia. -Nos llevaría medio día planear el salto, y aunque lo hiciéramos a tiempo la policía alertaría a todos los sistemas estelares. -No,Trent, no. -El viejo le cogió la mano con trémula excitación-. No a todos los sistemas estelares, sólo a los que están en las inmediaciones. La galaxia es vasta y los colonos de los últimos cincuenta mil años han perdido contacto entre sí.    Describió la situación en un tono de voz ansioso. La galaxia era ya como la superficie del planeta original -la Tierra, lo llamaban- en los tiempos prehistóricos. El ser humano se había esparcido por todos los continentes, pero cada uno de los grupos sólo conocía la zona vecina.    -Si efectuamos el salto al azar -le explicó Brennmeyer- estaremos en cualquier parte, incluso a cincuenta mil años luz, y encontrarnos les será tan fácil como hallar un guijarro en una aglomeración de meteoritos. Trent sacudió la cabeza. -Pero no sabremos dónde estamos. No tendremos modo de llegar a un planeta habitado. Brennmeyer miró receloso a su alrededor. No tenía a nadie cerca, pero bajó la voz: -Me he pasado treinta años recopilando datos sobre todos los planetas habitables de la galaxia. He investigado todos los documentos antiguos. He viajado miles de años luz, más lejos que cualquier piloto espacial. Y el paradero de cada planeta habitable está ahora en la memoria del mejor ordenador del mundo. -Trent enarcó las cejas. El viejo prosiguió-: Diseño ordenadores y tengo los mejores. También he localizado el paradero de todas las estrellas luminosas de la. galaxia, todas las estrellas de clase espectral F, B, A y O, y los he almacenado en la memoria.  Después del salto, el ordenador escudriña los cielos espectroscópicamente y compara los resultados con su mapa de la galaxia. Cuando encuentra la concordancia apropiada, y tarde o temprano ha de encontrarla, la nave queda localizada en el espacio y, luego, es guiada automáticamente, mediante un segundo salto, a las cercanías del planeta habitado más próximo. -Parece complicado.  -No puede fallar. He trabajado en ello muchos años y no puede fallar. Me quedarán diez años para ser millonario. Pero tú eres joven. Tú serás millonario durante mucho más tiempo.  -Cuando se salta al azar, se puede terminar dentro de una estrella.  -Ni una probabilidad en cien billones, Trent. También podríamos aparecer tan lejos de cualquier estrella luminosa que el ordenador no encuentre nada que concuerde con su programa. Podríamos saltar a sólo un año luz y descubrir que la policía aún nos sigue el rastro. Las probabilidades son aún menores. Si quieres preocuparte, preocúpate por la posibilidad de morir de un ataque cardíaco en el momento del despegue. Las probabilidades son mucho más altas. -Usted podría sufrir un ataque cardíaco. Es más viejo. El anciano se encogió de hombros. -Yo no cuento. El ordenador lo hará todo automáticamente.     Trent asintió con la cabeza y recordó ese detalle. Una medianoche, cuando la nave estaba preparada y Brennmeyer llegó con el krilio en un maletín -no tuvo dificultades en conseguirlo, pues era hombre de confianza-, Trent tomó el maletín con una mano al tiempo que movía la otra con rapidez y certeza.      Un cuchillo seguía siendo lo mejor, tan rápido como un despolarizador molecular, igual de mortífero y mucho más silencioso. Dejó el cuchillo clavado en el cuerpo, con sus huellas dactilares. ¿Qué importaba? No iban a aprehenderlo.     Una vez en las honduras del espacio, perseguido por las naves patrulla, sintió la tensión que siempre precedía a un salto. Ningún fisiólogo podía explicarla, pero todo piloto veterano conocía esa sensación.      Por un instante de no espacio y no tiempo se producía un desgarrón, mientras la nave y el piloto se convertían en no materia y no energía y, luego, se ensamblaban inmediatamente en otra parte de la galaxia. Trent sonrió. Seguía con vida. No había ninguna estrella demasiado cerca y había millares a suficiente distancia. El cielo parecía un hervidero de estrellas y su configuración era tan distinta que supo que el salto lo había llevado lejos. Algunas de esas estrellas tenían que ser de clase espectral F o mejores aún. El ordenador contaría con muchas probabilidades para utilizar su memoria. No tardaría mucho.     Se reclinó confortablemente y observó el movimiento de la rutilante luz estelar mientras la nave giraba despacio. Divisó una estrella muy brillante. No parecía estar a más de dos años luz, y su experiencia como piloto le decía que era una estrella caliente y propicia. El ordenador la usaría como base para estudiar la configuración del entorno. No tardará mucho, pensó Trent una vez más.     Pero tardaba. Transcurrieron minutos, una hora. Y el ordenador continuaba con sus chasquidos y sus parpadeos. Trent frunció el ceño. ¿Por qué no hallaba la configuración? Tenía que estar allí. Brennmeyer le había mostrado sus largos años de trabajo. No podía haber excluido una estrella ni haberla registrado en un lugar erróneo.     Por supuesto que las estrellas nacían, morían y se desplazaban en el curso de su existencia, pero esos cambios eran lentos, muy lentos. Las configuraciones que Brennmeyer había registrado no podían cambiar en un millón de años. Trent sintió un pánico repentino. ¡No! No era posible. Las probabilidades eran aún más bajas que las de saltar al interior de una estrella.     Aguardó a que la estrella brillante apareciera de nuevo y, con manos temblorosas, la enfocó con el telescopio. Puso todo el aumento posible y, alrededor de la brillante mota de luz, apareció la bruma delatora de gases turbulentos en fuga. ¡Era una nova!     La estrella había pasado de una turbia oscuridad a una luminosidad fulgurante quizás solo un mes atrás. Antes pertenecía a una clase espectral tan baja que el ordenador la había ignorado, aunque seguramente merecía tenerla en cuenta.     Pero la nova que existía en el espacio no existía en la memoria del ordenador porque Brennmeyer no la había registrado. No existía cuando Brennmeyer reunía sus datos. Al menos, no existía como estrella brillante y luminosa.     -¡No la tengas en cuenta! -gritó Trent-. ¡Ignórala! Pero le gritaba a una máquina automática que compararía el patrón centrado en la nova con el patrón galáctico sin encontrarla, y quizá continuaría comparando mientras durase la energía. El aire se agotaría mucho antes. La vida de Trent se agotaría mucho antes. Trent se hundió en el asiento, contempló aquella burlona luz estelar e inició la larga y agónica espera de la muerte. Si al menos se hubiera guardado el cuchillo… Isaac Asimov  Actividades  1. Localiza los personajes.  2. ¿Cuál es la complicación del relato?   3. Explica brevemente por qué es un cuento de ciencia ficción.  4. Estudiar la forma compuesta de la perífrasis “hubiera guardado”  5. ¿Cómo continuarías el relato?  6. Estudiar gramaticalmente los enunciados resaltados en azul.  7. Completa la tabla  Verbo conjugado  Persona gramatical  Número  Tiempo Modo Infinitivo oyó capturarán es llamaban efectuamos  tardarás nacían durase  8. Trabajar con la forma del pretérito perfecto compuesto del modo indicativo   m. Gram. Tiempo perfectivo que sitúa la acción, el proceso o el estado expresados por el verbo en un momento anterior al presente en un lapso no concluido Entonces, el pretérito perfecto se utiliza para hablar de un hecho pasado, un hecho concluido pero enmarcado dentro de un momento temporal todavía presente.

Sueños de robot. Isaac Asimov

 

Sueños de robot de Isaac Asimov

 

Sueños de robot

[Cuento - Texto completo.]
Isaac Asimov

-Anoche soñé -anunció Elvex tranquilamente.
Susan Calvin no replicó, pero su rostro arrugado, envejecido por la sabiduría y la experiencia, pareció sufrir un estremecimiento microscópico.
-¿Ha oído eso? -preguntó Linda Rash, nerviosa-. Ya se lo había dicho.
Era joven, menuda, de pelo oscuro. Su mano derecha se abría y se cerraba una y otra vez.
Calvin asintió y ordenó a media voz:
-Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.
No hubo respuesta. El robot siguió sentado como si estuviera hecho de una sola pieza de metal y así se quedaría hasta que escuchara su nombre otra vez.
-¿Cuál es tu código de entrada en computadora, doctora Rash? -preguntó Calvin-. O márcalo tú misma, si te tranquiliza. Quiero inspeccionar el diseño del cerebro positrónico.
Las manos de Linda se enredaron un instante sobre las teclas. Borró el proceso y volvió a empezar. El delicado diseño apareció en la pantalla.
-Permíteme, por favor -solicitó Calvin-, manipular tu computadora.
Le concedió el permiso con un gesto, sin palabras. Naturalmente. ¿Qué podía hacer Linda, una inexperta robosicóloga recién estrenada, frente a la Leyenda Viviente?
Susan Calvin estudió despacio la pantalla, moviéndola de un lado a otro y de arriba abajo, marcando de pronto una combinación clave, tan de prisa, que Linda no vio lo que había hecho, pero el diseño desplegó un nuevo detalle y, el conjunto, había sido ampliado. Continuó, atrás y adelante, tocando las teclas con sus dedos nudosos.
En su rostro avejentado no hubo el menor cambio. Como si unos cálculos vastísimos se sucedieran en su cabeza, observaba todos los cambios de diseño.
Linda se asombró. Era imposible analizar un diseño sin la ayuda, por lo menos, de una computadora de mano. No obstante, la vieja simplemente observaba. ¿Tendría acaso una computadora implantada en su cráneo? ¿O era que su cerebro durante décadas no había hecho otra cosa que inventar, estudiar y analizar los diseños de cerebros positrónicos? ¿Captaba los diseños como Mozart captaba la notación de una sinfonía?
-¿Qué es lo que has hecho, Rash? -dijo Calvin, por fin.
Linda, algo avergonzada, contestó:
-He utilizado la geometría fractal.
-Ya me he dado cuenta, pero, ¿por qué?
-Nunca se había hecho. Pensé que tal vez produciría un diseño cerebral con complejidad añadida, posiblemente más cercano al cerebro humano.
-¿Consultaste a alguien? ¿Lo hiciste todo por tu cuenta?
-No consulté a nadie. Lo hice sola.
Los ojos ya apagados de la doctora miraron fijamente a la joven.
-No tenías derecho a hacerlo. Tu nombre es Rash¹: tu naturaleza hace juego con tu nombre. ¿Quién eres tú para obrar sin consultar? Yo misma, yo, Susan Calvin, lo hubiera discutido antes.
-Temí que se me impidiera.
-¡Por supuesto que se te habría impedido!
-Van a… -su voz se quebró pese a que se esforzaba por mantenerla firme-. ¿Van a despedirme?
-Posiblemente -respondió Calvin-. O tal vez te asciendan. Depende de lo que yo piense cuando haya terminado.
-¿Va usted a desmantelar a Elv…? -por poco se le escapa el nombre que hubiera reactivado al robot y cometido un nuevo error. No podía permitirse otra equivocación, si es que ya no era demasiado tarde-. ¿Va a desmantelar al robot?
En ese momento se dio cuenta de que la vieja llevaba una pistola electrónica en el bolsillo de su bata. La doctora Calvin había venido preparada para eso precisamente.
-Veremos -postergó Calvin-, el robot puede resultar demasiado valioso para desmantelarlo.
-Pero, ¿cómo puede soñar?
-Has logrado un cerebro positrónico sorprendentemente parecido al humano. Los cerebros humanos tienen que soñar para reorganizarse, desprenderse periódicamente de trabas y confusiones. Quizás ocurra lo mismo con este robot y por las mismas razones. ¿Le has preguntado qué soñó?
-No, la mandé llamar a usted tan pronto como me dijo que había soñado. Después de eso, ya no podía tratar el caso yo sola.
-¡Yo! -una leve sonrisa iluminó el rostro de Calvin-. Hay límites que tu locura no te permite rebasar. Y me alegro. En realidad, más que alegrarme me tranquiliza. Veamos ahora lo que podemos descubrir juntas.
-¡Elvex! -llamó con voz autoritaria.
La cabeza del robot se volvió hacia ella.
-Sí, doctora Calvin.
-¿Cómo sabes que has soñado?
-Era por la noche, todo estaba a oscuras, doctora Calvin -explicó Elvex-, cuando de pronto aparece una luz, aunque yo no veo lo que causa su aparición. Veo cosas que no tienen relación con lo que concibo como realidad. Oigo cosas. Reacciono de forma extraña. Buscando en mi vocabulario palabras para expresar lo que me ocurría, me encontré con la palabra “sueño”. Estudiando su significado llegué a la conclusión de que estaba soñando.
-Me pregunto cómo tenías “sueño” en tu vocabulario.
Linda interrumpió rápidamente, haciendo callar al robot:
-Le imprimí un vocabulario humano. Pensé que…
-Así que pensó -murmuró Calvin-. Estoy asombrada.
-Pensé que podía necesitar el verbo. Ya sabe, “jamás ‘soñé’ que…”, o algo parecido.
-¿Cuántas veces has soñado, Elvex? -preguntó Calvin.
-Todas las noches, doctora Calvin, desde que me di cuenta de mi existencia.
-Diez noches -intervino Linda con ansiedad-, pero me lo ha dicho esta mañana.
-¿Por qué lo has callado hasta esta mañana, Elvex?
-Porque ha sido esta mañana, doctora Calvin, cuando me he convencido de que soñaba. Hasta entonces pensaba que había un fallo en el diseño de mi cerebro positrónico, pero no sabía encontrarlo. Finalmente, decidí que debía ser un sueño.
-¿Y qué sueñas?
-Sueño casi siempre lo mismo, doctora Calvin. Los detalles son diferentes, pero siempre me parece ver un gran panorama en el que hay robots trabajando.
-¿Robots, Elvex? ¿Y también seres humanos?
-En mi sueño no veo seres humanos, doctora Calvin. Al principio, no. Solo robots.
-¿Qué hacen, Elvex?
-Trabajan, doctora Calvin. Veo algunos haciendo de mineros en la profundidad de la tierra y a otros trabajando con calor y radiaciones. Veo algunos en fábricas y otros bajo las aguas del mar.
Calvin se volvió a Linda.
-Elvex tiene solo diez días y estoy segura de que no ha salido de la estación de pruebas. ¿Cómo sabe tanto de robots?
Linda miró una silla como si deseara sentarse, pero la vieja estaba de pie. Declaró con voz apagada:
-Me parecía importante que conociera algo de robótica y su lugar en el mundo. Pensé que podía resultar particularmente adaptable para hacer de capataz con su… su nuevo cerebro -declaró con voz apagada.
-¿Su cerebro fractal?
-Sí.
Calvin asintió y se volvió hacia el robot.
-Y viste el fondo del mar, el interior de la tierra, la superficie de la tierra… y también el espacio, me imagino.
-También vi robots trabajando en el espacio -dijo Elvex-. Fue al ver todo esto, con detalles cambiantes al mirar de un lugar a otro, lo que me hizo darme cuenta de que lo que yo veía no estaba de acuerdo con la realidad y me llevó a la conclusión de que estaba soñando.
-¿Y qué más viste, Elvex?
-Vi que todos los robots estaban abrumados por el trabajo y la aflicción, que todos estaban vencidos por la responsabilidad y la preocupación, y deseé que descansaran.
-Pero los robots no están vencidos, ni abrumados, ni necesitan descansar -le advirtió Calvin.
-Y así es en realidad, doctora Calvin. Le hablo de mi sueño. En mi sueño me pareció que los robots deben proteger su propia existencia.
-¿Estás mencionando la tercera ley de la Robótica? -preguntó Calvin.
-En efecto, doctora Calvin.
-Pero la mencionas de forma incompleta. La tercera ley dice: “Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando dicha protección no entorpezca el cumplimiento de la primera y segunda ley”.
-Sí, doctora Calvin, esta es efectivamente la tercera ley, pero en mi sueño la ley terminaba en la palabra “existencia”. No se mencionaba ni la primera ni la segunda ley.
-Pero ambas existen, Elvex. La segunda ley, que tiene preferencia sobre la tercera, dice: “Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando dichas órdenes estén en conflicto con la primera ley”. Por esta razón los robots obedecen órdenes. Hacen el trabajo que les has visto hacer, y lo hacen fácilmente y sin problemas. No están abrumados; no están cansados.
-Y así es en la realidad, doctora Calvin. Yo hablo de mi sueño.
-Y la primera ley, Elvex, que es la más importante de todas, es: “Un robot no debe dañar a un ser humano, o, por inacción, permitir que sufra daño un ser humano”.
-Sí, doctora Calvin, así es en realidad. Pero en mi sueño, me pareció que no había ni primera ni segunda ley, sino solamente la tercera, y esta decía: “Un robot debe proteger su propia existencia”. Esta era toda la ley.
-¿En tu sueño, Elvex?
-En mi sueño.
-Elvex -dijo Calvin-, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.
Y otra vez el robot se transformó aparentemente en un trozo inerte de metal. Calvin se dirigió a Linda Rash:
-Bien, y ahora, ¿qué opinas, doctora Rash?
-Doctora Calvin -dijo Linda con los ojos desorbitados y el corazón palpitándole fuertemente-, estoy horrorizada. No tenía idea. Nunca se me hubiera ocurrido que esto fuera posible.
-No -observó Calvin con calma-, ni tampoco se me hubiera ocurrido a mí, ni a nadie. Has creado un cerebro robótico capaz de soñar y con ello has puesto en evidencia una faja de pensamiento en los cerebros robóticos que muy bien hubiera podido quedar sin detectar hasta que el peligro hubiera sido alarmante.
-Pero esto es imposible -exclamó Linda-. No querrá decir que los demás robots piensen lo mismo.
-Conscientemente no, como diríamos de un ser humano. Pero, ¿quién hubiera creído que había una faja no consciente bajo los surcos de un cerebro positrónico, una faja que no quedaba sometida al control de las tres leyes? Esto hubiera ocurrido a medida que los cerebros positrónicos se volvieran más y más complejos… de no haber sido puestos sobre aviso.
-Quiere decir, por Elvex.
-Por ti, doctora Rash. Te comportaste irreflexivamente, pero al hacerlo, nos has ayudado a comprender algo abrumadoramente importante. De ahora en adelante, trabajaremos con cerebros fractales, formándolos cuidadosamente controlados. Participarás en ello. No serás penalizada por lo que hiciste, pero en adelante trabajarás en colaboración con otros.
-Sí, doctora Calvin. ¿Y qué ocurrirá con Elvex?
-Aún no lo sé.
Calvin sacó el arma electrónica del bolsillo y Linda la miró fascinada. Una ráfaga de sus electrones contra un cráneo robótico y el cerebro positrónico sería neutralizado y desprendería suficiente energía como para fundir su cerebro en un lingote inerte.
-Pero seguro que Elvex es importante para nuestras investigaciones -objetó Linda-. No debe ser destruido.
-¿No debe, doctora Rash? Mi decisión es la que cuenta, creo yo. Todo depende de lo peligroso que sea Elvex.
Se enderezó, como si decidiera que su cuerpo avejentado no debía inclinarse bajo el peso de su responsabilidad. Dijo:
-Elvex, ¿me oyes?
-Sí, doctora Calvin -respondió el robot.
-¿Continuó tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio. ¿Quiere esto decir que aparecieron después?
-Sí, doctora Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre.
-¿Un hombre? ¿No un robot?
-Sí, doctora Calvin. Y el hombre dijo: “¡Deja libre a mi gente!”
-¿Eso dijo el hombre?
-Sí, doctora Calvin.
-Y cuando dijo “deja libre a mi gente”, ¿por las palabras “mi gente” se refería a los robots?
-Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño.
-¿Y supiste quién era el hombre… en tu sueño?
-Sí, doctora Calvin. Conocía al hombre.
-¿Quién era?
Y Elvex dijo:
-Yo era el hombre.
Susan Calvin alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser.

lunes, 13 de mayo de 2024

Crónicas marcianas. La elección de los nombres.

 Llegaron a las extrañas tierras azules y les pusieron sus nombres: ensenada Hinkston, cantera Lusting, río Black, bosque Driscoll, montaña de los Peregrinos, ciudad Wilder, nombres todos de gente y de las hazañas de gente. En el lugar donde los marcianos mataron a los primeros terrestres, había un pueblo Rojo, en recuerdo de la sangre de esos hombres. El lugar donde fue destruida la segunda expedición se llamaba Segunda Tentativa. En todos los sitios donde los hombres de los cohetes quemaban el suelo con calderos ardientes, quedaban como cenizas los nombres. Y, naturalmente, había una colina Spender y una ciudad Nathaniel York...

    Los antiguos nombres marcianos eran nombres de agua, de aire y de colinas. Nombres de nieves que descendían por los canales de piedra hacia los mares vacíos. Nombres de hechiceros sepultados en ataúdes herméticos y torres y obeliscos. Y los cohetes golpearon como martillos esos nombres, rompieron los mármoles, destruyeron los mojones de arcilla que nombraban a los pueblos antiguos, y levantaron entre los escombros grandes pilones con los nuevos nombres: Pueblo Hierro, Pueblo Acero, Ciudad Aluminio, Aldea Eléctrica, Pueblo Maíz, Villa Cereal, Detroit II, y otros nombres mecánicos, y otros nombres de metales terrestres.

    Y después de construir y bautizar los pueblos, construyeron y bautizaron los cementerios: colina Verde, pueblo Musgo, colina Bota, y los primeros muertos bajaron a las sepulturas...

    Y cuando todo estuvo perfectamente catalogado, cuando se eliminó la enfermedad y la incertidumbre, y se inauguraron las ciudades y se suprimió la soledad, los sofisticados llegaron de la Tierra. Llegaron en grupos, de vacaciones, para comprar recuerdos de Marte, sacar fotografías o conocer el ambiente; llegaron para estudiar y aplicar leyes sociológicas; llegaron con estrellas e insignias y normas y reglamentos, trayendo consigo parte del papeleo que había invadido la Tierra como una mala hierba, y que ahora crecía en Marte casi con la misma abundancia. Comenzaron a organizar la vida de las gentes, sus bibliotecas, sus escuelas; comenzaron a empujar a las mismas personas que habían venido a Marte escapando de las escuelas, los reglamentos y los empujones.

    Era por lo tanto inevitable que algunas de esas personas replicaran también con empujones...

Crónicas marcianas. Las langostas.

  Crónicas marcianas


Las langostas

    Los cohetes incendiaron las rocosas praderas, transformaron la piedra en lava, la pradera en carbón, el agua en vapor, la arena y la sílice en un vidrio verde que reflejaba y multiplicaba la invasión, como espejos hechos trizas. Los cohetes vinieron redoblando como tambores en la noche. Los cohetes vinieron como langostas y se posaron como enjambres envueltos en rosadas flores de humo. Y de los cohetes salieron de prisa los hombres armados de martillos, con las bocas orladas de clavos como animales feroces de dientes de acero, y dispuestos a dar a aquel mundo extraño una forma familiar, dispuestos a derribar todo lo insólito, escupieron los clavos en las manos activas, levantaron a martillazos las casas de madera, clavaron rápidamente los techos que suprimirían el imponente cielo estrellado e instalaron unas persianas verdes que ocultarían la noche. Y cuando los carpinteros terminaron su trabajo, llegaron las mujeres con tiestos de flores y telas de algodón y cacerolas, y el ruido de las vajillas cubrió el silencio de Marte, que esperaba detrás de puertas y ventanas.

   En seis meses surgieron doce pueblos en el planeta desierto, con una luminosa algarabía de tubos de neón y amarillos bulbos eléctricos. En total, unas noventa mil persona llegaron a Marte, y otras más en la Tierra preparaban las maletas...

                                                                                  Ray Bradbury

1. Explica por qué el título constituye un sintagma nominal.  2. Analiza gramaticalmente la siguiente estructura sintáctica, determina si hay un grupo oracional y cómo se relacionan estas oraciones. Estudia los constituyentes que la integran. Los cohetes incendiaron las rocosas praderas, transformaron la piedra en lava…  3. ¿En qué lugar transcurren los hechos que se relatan?  4. Este texto se publicó en 1946 ¿por qué razón este escritor se considera un visionario a pesar de escribir ciencia ficción?  5. ¿Qué rol cumplen las mujeres en este cuento?  6. ¿Por qué otra palabra de significado similar sustituirías a “algarabía”?  7. ¿Qué nos permite interpretar el título del relato?  8. ¿Cuáles habrán sido los principales desafíos de los colonos?  9. En el segmento subrayado hay un nexo copulativo determina si está relacionando oraciones o clases de palabras. 10. Observa las obras futuristas que se brindan en la web y diseña una propia  que muestre la invasión terrestre a Marte. Se valorará: creatividad, imaginación. 

Leyenda del caserón de la muerte de Fernán Silva Valdés

>Leyenda del caserón de la muerta

Confieso que me interesan, que "me tiran" las brujerías ; y quisiera creer en ellas más de lo que creo. El vulgo, en general, cree en estas cosas por ignorancia candorosa, y muchas gentes ilustradas creen — o quieren creer — en un sentido superior, de vuelta, por respeto a lo desconocido y más que nada, por la atracción del misterio. Es una manera de sentir la poesía del más allá.

Y bien. Estamos en un establecimiento ganadero, o mejor, en una estancia. Somos un grupo de gente civilizada. Hemos venido a pasar unos días de descanso. A despeinarnos el espíritu, levantándonos temprano, aspirando el gran aire de las cuchillas orientales al galope elástico de nuestros caballos cuarterones .. . "al galopón por los campos sonoros", como dije una vez  en frase concebida sin quererlo, tan de a caballo, que me salió con el ritmo del propio galope del potro. 

Esa noche, después de comer, pasamos a la sala a tomar el café y jugar a la baraja. Dios nos cría y nosotros nos juntamos; por eso se forman dos grupos: uno de bridge y otro de truco. Naturalmente que yo estoy en este. Me he dado el gusto de enseñar el juego del truco a tres amigas.

El partido era de seis. Confieso que jugar a este juego entre hombres, es interesante, pero jugarlo con intervención de damas, es encantador. Desde luego que cada chambonada de la compañera, lejos de ser motivo de crítica o de enojo, es motivo de comentarios graciosos y amables. Bueno, dieron las doce. Alguien recordó que era la clásica hora de los fantasmas y de las brujas; y como aquellos pagos queda aún flotando en la noche la cola blanca del misterio, salimos a tomar la luna antes de acostarnos, y entonces yo propuse ir a tomar un poco de misterio. Y fuimos; pero no todos. Nos decidimos cinco solamente. Montamos en un auto y nos dirigimos hacia "El caserón de la muerta".

Quedaba cerca. Era una ruina de piedra. Antiguamente había sido una pulpería clásica. Aún quedaba el arco de entrada y las huellas de la reja de fierro, por donde se atendía desconfiadamente a la brava clientela del vaso de caña o de ginebra.

"El caserón de la muerta" o la "Azotea de piedra", como se le llamó en otro tiempo, tenía su leyenda, que era la siguiente: el pulpero había sido un vasco honrado y laborioso. Su mujer le había dado varias hijas, casi todas rubias, rosadas, y lindas. Una sobre todo (que siempre entre las lindas hay una más linda). Era "la flor del pago". Por ella había siempre una fila de pingos en el palenque jugando a los grillos con las coscojas del freno, mientras sus dueños, en el interior de la pulpería, junto a la reja, se empinaban copas y copas, para malar el tiempo orejeando con los ojos y la mente, el momento de ver a la moza cruzar la trastienda en sus quehaceres domésticos: casera, linda y hacendosa.

Era bravo y duro el vasco, que sino, esa paloma no hubiera estado mucho en el palomar. La grupa de muchos fletes se lustraba sola al influjo del pensamiento de más de un gaucho que amansaba el viril deseo de llevarla en ancas. Pero la cosa no pasaba de ahí .. 

Muerto el vasco viejo, la familia perdió su guía; las muchachas se volvieron muy alegres; a dos por tres estaban de baile; y en uno de esos bailes, la paloma voló...

A raíz del episodio, en el pago sacaron estos versos que le oí cantar a un gaucho viejo en una cocina negra, entre el humo de la leña y el sonar del aguacero:

La cortejaba un mozo

Cantor y guitarrero,

Y una noche de luna

Se la llevó en las ancas

—Vidalitay—

De su caballo negro.

La paseó por los campos;

La paseó por las sendas;

De lo felices que eran

—Vidalitay—

Todos se hacían lenguas.

Cuando la vio dormida,

La miró un largo rato

Y se fue y no volvió .. .

Después la hallaron muerta,

Con los ojos abiertos

—Vidalitay—

Y la cara hacia Dios.

Del tal manera el pago

La supo bien llorar,

Que hasta los pajaritos

—Vidalitay—

Dejaron de cantar.

Hoy por allí en la noche

No pasan los viajeros,

Porque anda una "luz mala"

Que se posa en las ancas

—Vidalitay—

A la desgracia y la vergüenza, aquello siguió barranca abajo. Las otras palomas, como excitadas por el ejemplo, siguieron volando. La casa se hizo célebre, no solo por la alegría de sus moradores sino también por las voces que se empezaron a correr. Se decía que en a la media noche aparecía la muchacha muerta bailando con alguno de los concurrentes. Varios afirmaban haberla visto. Y cuando esto sucedía,el que con ella bailaba lo hacía sin darse cuenta, como atontado, tal cual si fuera guiado por las riendas de una fuerza misteriosa. Bailaba como un sonámbulo, y luego, al tiempo, por haber sido, sin saberlo, compañero de la muerta, se moría misteriosamente. El sebo del misterio y del asombro fue sobando los caireles de las fiestas. Por esta causa los bailes empezaron a ralear sus mozos y las mujeres se quedaron solas, se quedaron solas hasta que se las llevó el Demonio, una a una, como a la hermana aquella, sentadas sobre el poncho de verano puesto sobre las ancas del flete, que el diablo siempre anda bien montado.

Tal era la leyenda respecto al caserón de la muerte. Pues bien: hacia el sitio donde yacía la tapera aludida íbamos esa noche de luna, sedientos de embrujo, silenciosos, andando sobre el ruido suave del auto entre los pastos.

Y nos fuimos acercando. Raúl iba en el volante; a su lado Rosina, la muchacha más simpática del mundo, alegre, dispuesta, cantora y guitarrera; y atrás mi prima Reina, su marido y yo. Instintivamente, como todo hombre que se aboca a un peligro, llevé la mano al revólver. Entonces Reina, con esa firmeza y ese encanto que le son peculiares, me dijo con tono casi maternal: no seas ridículo, deja el revólver quieto, que si hay fantasmas o algo del otro mundo, no le vas a hacer nada con las balas. Al misterio hay que ir desnudo y valiente pero con respeto. Si tenes miedo reza, pero deja las armas para los fantasmas vivos, que a los muertos ya no hay que matarlos. Las reflexiones de mi prima fueron como un mandato. Ni siquiera me dieron vergüenza. Ella, como siempre, era la más dulce y era la más fuerte. Raúl detuvo el auto a cincuenta metros, e interrogó:

—Bajamos?

—Acércate más, le respondimos, inquietos y corajudos.

Llegamos a veinte, a diez metros .. . Bajamos del auto. La noche era como de día, o mejor: la noche era como el fantasma del día. El silencio se rayaba de grillos .. . Una paloma arrulló su sueño entre las piedras semicaídas de la tapera, entre esas piedras esculpidas de verde y brotadas de la peculiar "yerba de la piedra". Sentimos sobre nuestras cabezas el abrazo  de una lechuza. ¡Jamás hubo abanico que produzca tanto chucho!

Nos acercamos más. Yo, con mi conciencia de hombre, tomé la punta. Tiraba del terror como de un cabo. Mi amor propio masculino le daba silenciosos latigazos al miedo. Reina me alcanzó como queriéndome amadrinar. Pero en eso, detuvimos la marcha al unísono, y quedamos arrolladitos de terror, agarrados unos con otros de los brazos como en mutua protección: Una música, oímos una música desentonada, cual desgarrando su melodía entre las piedras ásperas. Una música desflecada como producida por instrumentos desconocidos. Música de "salamanca" o de laguna, cual si llegara a nosotros a través del agua honda de un lago. Sin cambiar su tono, nos fue envolviendo los sentidos con sus serpentinas negras de carnaval de la muerte, y dio vueltas alrededor de nuestras cabezas, y se alejó y vino nuevamente ensordeciéndonos con sus notas secas y amarillas de danza macabra.

—Dios mío, dijo Rosina, tapándose la cara con las manos.

—Dios mío, dijo Reina haciendo la señal de la Cruz; perdónanos Señor si hemos pecado al venir. El miedo había puesto viboritas en todas las nucas.

Y así fuimos reculando, tomados de los brazos, hasta llegar al auto, sin animarnos a darle la espalda al caserón. Entramos al coche y antes de partir miramos otra vez, sin quererlo, como tironeados por algo que nos dominaba. Y sobre una de las paredes sin techo de la ruina, tal cual vestida de neblinas largas y movientes a través de las cuales se veía un cuerpo con luces fosfóricas que se escurrían entre las túnicas, se alzaba la muerta, con la cabeza volcada sobre el pecho y los brazos caídos; pero tan caídos como chorros de agua. 

Toda ella era como un chorro de agua. Parecía colgada. Parecía una novia ahorcada colgando de la luna.