IX
En la planta baja había varias habitaciones destinadas a la numerosa servidumbre que el hotel jamás llegó a albergar. En uno de esos cuartos, el 77, ubicaron el cuerpo de Valner, sobre un colchón sin sábanas, envuelto en nylon. En una mirada fugaz alcancé a ver el cuarto estrecho, apenas iluminado por una lamparita de poco voltaje, las paredes desnudas, el cuerpo demasiado grande para la cama angosta, con un brazo caído y chorreando agua por el piso.
El gerente del hotel, Rauach, al que yo no había visto hasta entonces, apareció vestido de saco y corbata y con un ánimo en el que mezclaban la voluntad de poner orden y la desesperación. En medio de la noche recorría el hotel dando órdenes y proclamando su inocencia.
-El hotel no tiene ninguna responsabilidad. Los pasajeros habían sido advertidos sobre los peligros de pasar al otro lado.
Dos policías llegaron en un jeep; uno era el comisario de Puerto Esfinge, Guimar, el otro un sargento gordo de movimientos lentos. El sargento tuvo que hacer de fotógrafo antes de que sacaran el cuerpo del agua. Lo miré trabajar; era evidente que no estaba habituado a tratar con muertos. Sacaba las fotos a la mayor distancia posible.
-Acérquese, hombre -ordenó Guimar en voz baja-. Quiero al muerto, no al paisaje.
Todos los invitados al congreso estábamos en el bar del hotel, espectadores de un drama del cual los otros -Rauach, el comisario, el médico al que habían despertado en mitad de la noche para
firmar el certificado de defunción- eran protagonistas. Conscientes de su rol, hablaban en voz demasiado alta, pero a la vez del modo más confidencial posible, con medias palabras y sobrentendidos.
-Quiero una lista con los nombres y los domicilios de los pasajeros -ordenó el comisario al conserje-.¿Quién encontró el cuerpo?