miércoles, 24 de abril de 2024

Carta IV de Frankenstein

  Carta IV

  Inglaterra, 5 de agosto de 17...


Querida Sra. Saville:

                               Nos ha ocurrido un accidente tan extraño, que no puedo dejar de anotarlo, si  bien es muy probable que me veas ante de que estos papeles lleguen a tus manos.

                               El lunes pasado (31 de julio) nos hallábamos rodeados por el hielo, que cercaba el barco por todos los lados, dejándonos apenas el agua precisa para continuar a flote. Nuestra situación era algo peligrosa, sobre todo porque nos envolvía una espesa niebla. Decidimos, por tanto, permanecer al pairo con la esperanza de que adviniera algún cambio en la atmósfera y el tiempo.

                              Hacia las dos de la tarde, la niebla levantó y observamos, extendiéndose en todas direcciones, inmensas e irregulares capas de hielo que parecían no tener fin. Algunos de mis compañeros lanzaron un gemido, y yo mismo empezaba a intranquilizarme, cuando de pronto una insólita imagen acaparó nuestra atención y distrajo nuestros pensamientos de la situación en la que nos encontrábamos. Como a media milla y en dirección al Norte vimos un vehículo de poca altura, sujeto a un trineo y tirado por perros. Un ser de apariencia humana, pero de gigantesca estatura, iba sentado en el trineo y dirigía los perros. Observamos con el catalejo el rápido avance del viajero hasta que se perdió entre los lejanos montículos de hielo.

                                Por la mañana, en cuanto hubo amanecido, salí a cubierta y me encontré a toda la tripulación a un lado del navío, aparentemente conversando con alguien fuera del barco. En efecto, sobre un gran fragmento de hielo, que se nos había acercado durante la noche, había un trineo parecido al que ya  habíamos divisado. Únicamente un perro permanecía vivo: pero había un ser humano en el trineo, al cual los marineros intentaban persuadir de que subiera al barco. No parecía como el viajero de la noche anterior, un habitante salvaje procedente de alguna isla inexplorada, sino un europeo. Cuando aparecí en cubierta, mi segundo oficial gritó: -Aquí está nuestro capitán, y no permitirá que usted muera en mar abierto.

        Al verme, el hombre se dirigió a mí en inglés, si bien con acento extranjero: -antes de subir al navío -dijo- ¿tendría la amabilidad de indicarme hacia dónde se dirige?

            Podrás imaginar mi sorpresa al oír semejante pregunta de labios de una persona al borde de la muerte y para la cual yo habría pensado que mi barco ofrecía un recurso que no hubiese cambiado ni por las mayores riquezas del mundo. Le respondí, sin embargo, que nos dirigíamos al Polo Norte en viaje de exploración.

                    Pareció satisfacerle y consintió subir a bordo. ¡Santo cielo, Margaret! Si hubieras visto al hombre que de esta forma ponía condiciones a su salvación, tu sorpresa hubiera sido ilimitada. Tenía los miembros casi helados y el cuerpo horriblemente demacrado por la fatiga y el sufrimiento, jamás vi hombre alguno en condición tan lastimosa. Intentamos llevarlo al camarote, pero en cuanto dejó de estar al aire libre perdió el conocimiento, de manera que volvimos a subirlo a cubierta y lo reanimamos frotándolo con coñac y obligándolo a beber una pequeña cantidad. [...]

                    Así pasaron dos días, sin que pudiera hablar, y a menudo temí que los sufrimientos le hubiesen privado de la razón. Cuando se hubo repuesto un poco, lo llevé a mi propio camarote y lo atendí cuanto me lo permitían mis obligaciones. Nunca había conocido nadie más interesante. Suele tener una expresión exaltada, como de locura, en la mirada. Pero hay momentos en los que, si alguien le demuestra alguna atención o le presta el más mínimo servicio, se le ilumina la cara con una benevolencia y ternura que no he visto en otro hombre. Cuando mi huésped se encontró un poco mejor, expresó:

                - Voy en busca de alguien que huyó de mí.

               - ¿ Y el hombre a quien perseguía viajaba de manera semejante?

               - Sí.

               - Entonces pienso que lo hemos visto, pues el día antes de recogerlo a usted vimos unos perros tirando de un trineo, en el cual iba un hombre. [...]

                  Por lo que respecta a este extraño incidente, este es mi diario hasta el momento. La salud de nuestro huésped ha ido mejorando gradualmente, pero apenas habla, y parece inquietarse cuando alguien que no sea yo entra en su camarote. Sin embargo, sus modales son tan conciliadores y delicados, que todos los marineros se interesan por su estado, a pesar de no haber tenido apenas relación con él. Por mi parte, empiezo a quererlo como a un hermano, su constante y profundo pesar me llena de piedad y simpatía. Debe haber sido una persona muy noble en otros tiempos, ya que, deshecho como está ahora, sigue siendo tan interesante y amable. Te decía en una de mis cartas, querida Margaret, que no hallaría ningún amigo en el vasto océano, pero he encontrado un hombre a quien, antes que la desgracia quebrara su espíritu, me hubiera gustado tener por hermano.

                    De tener nuevos incidentes que relatar respecto del extranjero, te tendré al tanto.

                           Afectuosamente, tu hermano,


                                                                                                    Robert Walton