"Dos años después de llegar a
Montevideo, en 1953, merced al tesón, al empeño, las largas jornadas laborales
y el ahorro de los dos hermanos, se produce una situación de fortuna. Los
hermanos García, Isidoro y Andrés, logran reunir el dinero suficiente para
traer a Montevideo a toda la familia. María Antonia se reúne con sus hijos en
Montevideo, y, para mayor felicidad de la familia, completan el grupo
emigrante, Amparo y Genoveva las hermanas de los primeros con sus proles.
Un
domingo, estando todos en plena tarea, llega a la casa una paisana, amiga de la
familia, que le llevaba a Genoveva una ropa para arreglar. En compañía de esa
amiga venía su sobrina Gloria, una hermosa jovencita de ojos grandes, gallega
también. A Isidoro se le subieron los colores cuando sus miradas se cruzaron
por un instante... y jamás pudo desprenderse de aquella mirada.
Varios
meses después de ese acontecimiento, Isidoro concurre a uno de los bailes de la
época estival de la Quinta de Galicia. La romería comenzaba a las diez de la
mañana, cuando se abrían las puertas de la quinta para que el público entrara y
se ubicara alrededor de las mesas de piedra que había bajo la sombra de la arboleda. Al
medio día aparecían las empanadas, las tortillas, la damajuana de vino. Las
familias se juntaban. Los hombres mayores jugaban a la brisca o al dominó, las
madres se dedicaban a contar historias a la vez que vigilaban a sus hijas, a
ver con quién bailaban. A eso de las tres de la tarde las orquestas tocaban a
todo ritmo y las pistas se llenaban de bailarines. La costumbre de las
orquestas era tocar media hora y otro tanto de descanso. Cuando paraba la
orquesta típica o de jazz, actuaban los gaiteros; entonces salían algunos a
bailar la muiñeira, el pasodoble y la jota.
Era
costumbre que el caballero invitara a bailar a una muchacha. Si la madre de
esta no hacía objeción, que podía ser mediante un gesto o una palabra, la
pareja salía a la pista y por lo general bailaba toda la media hora, a no ser
que la dama dijera "gracias" y se retiraba al lugar donde estaba su
familia."
"Ese
domingo en la Quinta de Galicia, Isidoro invitó a bailar a una señorita. La
orquesta recién comenzaba. De pronto, inesperadamente... ¡Aquellos ojos
grandes! Ella bailaba con otro chico. Entonces la mirada de Gloria e Isidoro se
cruzaron otra vez (...) De pronto, se voltea, y entre un numeroso grupo
familiar se cruza con aquellos ojos que parecían tener un imán. Como un
autómata se dirige hacia Gloria... Bailaron todas las medias horas siguientes
de ese domingo veraniego, fueron los últimos en retirarse de la pista... ¡El
flechazo fue para siempre!
Cuatro
historias de emigrantes, Isidoro Manuel García García