martes, 28 de julio de 2020

La uña

[Minicuento - Texto completo.]
Max Aub

El cementerio está cerca. La uña del meñique derecho de Pedro Pérez, enterrado ayer, empezó a crecer tan pronto como colocaron la losa. Como el féretro era de mala calidad (pidieron el ataúd más barato) la garfa no tuvo dificultad para despuntar deslizándose hacia la pared de la casa. Allí serpenteó hasta la ventana del dormitorio, se metió entre el montante y la peana, resbaló por el suelo escondiéndose tras la cómoda hasta el recodo de la pared para seguir tras la mesilla de noche y subir por la orilla del cabecero de la cama. Casi de un salto atravesó la garganta de Lucía, que ni ¡ay! dijo, para tirarse hacia la de Miguel, traspasándola.
Fue lo menos que pudo hacer el difunto: también es cuerno la uña.

lunes, 8 de junio de 2020

Entrevista a una actriz de Crepúsuculo





Entrevista a una actriz de Crepúsculo

- Lexicón: ¿Cómo es hacer de vampiro? ¿Cómo te preparas para el papel?
- Rachelle: He preparado a Victoria como una mujer antes que como un vampiro. ¿Quién es ella? ¿Qué la ha hecho ser así? ¿Qué fue de su vida como mortal?… Me divierto mucho yendo por ese camino. Específicamente, para prepararla como vampiro leí los libros y los exploté. Ya que Stephenie la describe como un felino, he visto muchos ataques de leones en YouTube.
- Lexicón: ¿Cómo describirías el personaje de Victoria?
- Rachelle: Amenazante, despiadada, vengativa, traicionada, animal, herida, furiosa.
- Lexicón: No sabemos mucho de la historia de Victoria, ¿le has creado una tú misma?
- Rachelle: Claro que sí.
- Lexicón: ¡Cuál es tu escena favorita? ¿Alguna historia que te gustaría compartir?
- Rachelle: No tengo una escena preferida… Aunque está la escena en la cual Nikki y yo nos vimos las caras por primera vez, como Victoria y Rosalie. En realidad la escena no era acerca de nosotras y, finalmente, Catherine (la directora) tuvo que decir “Bueno, señoritas, contrólense”. Si hacemos más películas, espero que tengamos buenas escenas de pelea.
- Lexicón: ¿Qué elementos de tu vida has usado para crear a Victoria? ¿Se parece en algo a ti… aparte del cabello?
- Rachelle: Victoria representa una parte que todos tenemos dentro, pero que nadie quiere reconocer que está ahí, o fingimos que no existe. Ella es como seríamos nosotros si siguiésemos todos esos impulsos revoltosos, malvados.
                   
                                                   Entrevista a Rachelle Lefevre. Tus retos en español. Carmen Lepre.




































































lunes, 18 de mayo de 2020

Alumnos deseando un pronto encuentro presencial, les dejo un cuento de Matías Mateus (obligatoria la lectura del fragmento remarcado con el fondo celeste) y otro de Andrea Arismendi. La razón de ponerlos en contacto con escritores jóvenes uruguayos se relaciona con la conmemoración, el martes 26, del Día del Libro en Uruguay como ustedes investigaron.
VIAJE AL INTERIOR DE LA NIEBLA
Cuento de Matías Mateus

Federico estaba a metros de una de las cabeceras del puente, esperando que el semáforo lo habilitara a cruzar. Pensaba manejar hasta la casa en donde se crió, devolverle el auto a su padre e irse, en lo posible, antes que la niebla terminara de disiparse. De ese modo evitaría toparse con el sinfín de cicatrices que desfiguraron el rostro de la tierra prometida que no llegó a conocer.
La niebla no le generaba la molestia que sí le provocaba la lluvia. Es más, le otorgaba un grado de calma —incluso al momento de cruzar el puente, cosa que siempre lo inquietó—, porque su principal cometido es limitar la visión, y ese día, él prefirió no escrutar las viejas heridas. En cambio con la lluvia, el efecto era distinto, las marcas que comenzaron a irritarle después que se mudó, se acentuaban, impidiéndole digerir la batalla perdida hace décadas.
No se trataba únicamente del esqueleto que dejó la aceitera y su chimenea de hormigón a la entrada del barrio. Tampoco de los ranchitos que orillaban el Pantanoso, como si fueran la caricatura de una Venecia tercermundista. En lugar de gondoleros, una troupe de sujetos harapientos, se lanzaban al interior de la bahía en sus botecitos de color naranja, con el objetivo de sacar algo que comer, luego de echar las redes entre la mierda que atravesaba la periferia de la ciudad, antes de derramarse a los lados de la Isla de las Ratas.
A él le perturbaba la dilución del sentido de pertenencia por el lugar que representó su universo hasta que cumplió la mayoría de edad. Como si el microchovinismo acotado al oeste de la ciudad, en tiempos de una decadencia que siguió profundizándose hasta tocar fondo en crisis del 2002, lo dejaran sin argumentos frente a quienes señalaban de forma burlesca, la idiosincrasia de un barrio que llevaba más de medio siglo en el ostracismo.
La épica de los acontecimientos que solo conoció a través de relatos: como el esplendor de una industria frigorífica que supo desprenderse del resto de Montevideo, hasta mediados del siglo pasado, cuando, ya acoplados al destino irremediable que tomaría el país, estallaría la huelga de la Federación de la Carne. La resistencia de los obreros frente la dura represión de las autoridades, provocó que empezaran a llamar al puente que estaba a punto de cruzar, con el mote de Paralelo 38.
Otro motivo de orgullo era la descripción del nomenclátor, que hacía referencia a las naciones de los inmigrantes que le dieron cuerpo a la fundación de la otrora Villa Cosmópolis, durante el primer gobierno constitucional; eximiendo a la actual Villa del Cerro, de la infamia que supone homenajear con nombre de calles a dictadores y a otros traidores a la República —término que él siempre empleó, a causa del gusto amargo que le quedaba en la boca después de pronunciar la palabra Patria—. Narrativas de ese tenor, resultaban el placebo con el que apaciguaba el verdadero desprecio que empezó a experimentar y no se animó a admitir.
Desde que tomó consciencia de ello, tenía claro que al avanzar por la avenida principal no podía girar la cabeza hacia la derecha, porque la acera norte de Carlos María Ramírez ya no pertenecía al Cerro. Esa parte era una porción prescindible, algo sin nombre y con límites difusos, que creció de forma satelital al casco viejo y bajo ningún concepto podía ser tratado con el mismo respeto.
Federico tenía los músculos del rostro y de los brazos tensionados al máximo, por lo cohibido que se sentía frente a la presencia que esa mañana se le hacía esquiva a la vista.
Si estarán bravos los chorros, que se robaron la Fortaleza hubiese dicho Mario. En los días neblinosos siempre hacia el mismo chiste, y él, incapaz de mantener la calma al oír alguno de los tantos lugares comunes en los que su padre solía caer, balbuceaba alguna cosa que nunca terminaba de hacerse audible.
El puente Eugenio Garzón también le generaba una incomodidad tangible, en especial después de emigrar hacia el otro lado de la bahía, porque pisarlo significaba afrontar una nueva derrota, y la confirmación del retorno, lo alejaba de sus ambiciones.
Apretó el volante y empañó el vidrio con una larga exhalación. Algunos bocinazos le advirtieron que la luz había cambiado a verde y exigían que se pusiera en marcha. Arriba del puente la sensación fue la de siempre. Ante la puerta de una ciudadela imaginaria, recorrió los primeros metros de forma temblorosa, como cuando lo hacía a pie y debía aferrarse a la baranda por su temor a las alturas. Sobre la bicicleta la experiencia tenía algunos matices, pero el efecto de intranquilidad era el mismo.
Cruzar los accesos a Montevideo no le costaba tanto, el hormigón estaba en muy buen estado y desde el semáforo se lanzaba en un vertiginoso sprint, que desarmaba al remontar el repechito de la porción que atravesaba el arroyo Pantanoso. Esa zona lo hacía titubear. El hormigón cambiaba abruptamente a un asfalto deteriorado por el flujo de ómnibus, que ablandaban el alquitrán con las altas temperaturas del verano, generando irregularidades en el piso, y sobre todo, un terreno hostil para los semitubos de la bicicleta que absorbían los saltos, antes de tomar la rotonda de la plaza Rodney Arismendi.
Avanzó por el centro de la calzada entorpeciendo el tránsito, como lo hacía sobre la chiva, en la que alguna vez se permitió fantasear con ser un grande, como su homónimo. De hecho su nombre responde a la admiración que en la familia existía por el gran Federico Moreira, ganador de seis Vueltas Ciclistas del Uruguay, tres Rutas de América y una Vuelta a Chile, en la que según dicen, se largó en un descenso a más de 100 kilómetros por hora.
En sus tiempos de ciclista aficionado, cronometraba rigurosamente los tiempos que ponía en sus jornadas de entrenamientos, calculaba los promedios de velocidad en los que rodaba, y hasta el propio Mario, al verlo bajar de la nave, quedó asombrado porque sus muslos parecían derramársele arriba de las rodillas. A los 17 años Federico era puro cuádriceps, pantorrillas y corazón. A excepción de una sola subida, encaraba el resto de los ascensos emplatado y con la piñonera bien cargada. Tenía cadencia y quizá hubiese sido un buen rodador, pero la ruta cumple con el axioma de poner a todos en su lugar. En su caso ocurrió cuando terminó besándose con el balastro de la banquina. No se trataba de su primera caída, aunque sí era la primera vez que quedó raspado de pies a cabeza, con una laceración indeleble sobre la cadera, que se encargó de lucir cada vez que hablaba del tema.
Después del accidente no fue el mismo. Cada vez que cargaba la transmisión, se paraba en los pedales y veía como el velocímetro de la computadora se acercaba a 70, las morras empezaban a temblarle, los dedos acariciaban el freno y se dejaba ir con el impulso. Se probó en una carrera amateur y al momento de apretar los dientes, aflojó la mandíbula.
Federico no era capaz de hacer algo sin autoevaluarse, y muchas veces el excesivo rigor que empleaba en su afán por lograr la excelencia, le impidieron disfrutar de las pequeñas conquistas. Del mismo modo que llegaba a rozar la brillantez, operaba de un modo ridículo y estúpido. Esa ecuación binaria, en sus insistentes esfuerzos por maquinar una epopeya que pudiese trascender el paso del tiempo, lo llevó a erosionar los carriles por done transitaba su psiquis.
Llegó a La Curva. Detenido en el semáforo de Carlos María Ramírez y Grecia, observó hacia el edificio del viejo Cine Cerrense, devenido a supermercado en un principio, posteriormente a centro cultural —lugar que acogió al primer conjunto de carnaval que defendió en un concurso oficial—, y en la actualidad, a bazar.
Esos años de adolescencia carnavalera habían coincidido con su tiempo sobre la bici, y si bien durante el cambio de siglo, las cosas se precipitaban hacia una crisis famélica que no escatimó en castigar a la población de esa zona, entendió que a su manera había sido feliz. Quizá durante esa vida que combinaba calambres y transpiración, tablados y brillantina, arroz con queso y cacerolazos, su pequeño universo cobraba el sentido necesario que le permitía creer en algo.
Es una primavera a la que no volveré jamás, pensó al doblar por Grecia hacia el sur. Recorrió dos cuadras y giró a la derecha. Enfiló por Estados Unidos rumbo a la casa de su niñez. Faltaban pocas cuadras para atravesar el estrecho perímetro que componían el territorio fértil de su primera infancia, y el movimiento de sus hombros contraídos delataban el nerviosismo que lo estaba carcomiendo.
Le dio paso a una motoneta al llegar a la esquina de Puerto Rico y miró hacia el campito de las viviendas cooperativas, ahora enrejado, para uso exclusivo de los fieles a la iglesia evangélica que se instaló en el salón comunal, alejando —o mejor dicho: expulsando— a toda la gurisada que se congregaba en los márgenes de la cancha en tiempos de campeonatos barriales.
A mediados de los noventa, por esas cuadras se vivía una constante agitación. A los torneos de fútbol, los juegos en la calle y las fiestas en el salón comunal; se les contraponían los desfiles de muchachos que irrumpían en medio de los partidos a jalar cemento, las rejas que empezaron a cercar los jardines de las casas, viajes al seguro de paro y una gotera de exiliados económicos que con el tiempo se volvió un chorro de alta presión.
Federico al tiempo que competía con sus amigos por ver quién tenía el miembro más grande, como en el relato No sé si he sido claro de Fontanarrosa, podía agudizar su sentido de la percepción y detectar en las sombras de los rostros de sus padres que la cosa no marchaba bien. Entendía que los números no daban, que el uso del parrillero había bajado su frecuencia, que había que apretarse y prescindir de un tímido confort. Las horas de Mario en la casa habían descendido, debía apechugar por otros lados, ya sea haciendo changas con fibra de vidrio —en las que él mismo tomó parte activa—, o viajando a Sao Pablo para traer repuestos automotrices de contrabando.
Esas maniobras convulsas lo llenaron de fastidio, porque cuando por fin estaba en la casa, él no podía hacer otra cosa que guardar silencio para que pudiera descansar un poco. La aparente necesidad que Mario perseguía, le impidió atestiguar parte del crecimiento de su hijo, detalles de la formación, y las causas que le arrebataran la alegría a un Federico, que a modo de defensa, subió al pedestal que le acotó la posibilidad de análisis. La incapacidad de comprender las diferencias estructurales con su padre, lo llevaron a una constante subestimación cada vez que lo escuchaba lanzarse sobre las trilladas anécdotas, en las que destacaba su presunto rol protagónico.
Descendió del auto y tocó timbre. La niebla aún era espesa y sintió la humedad en la punta de su nariz. Golpeó las manos y nada.
Estará dormido, pensó. Metió la mano a través de los barrotes de la reja, abrió la tapa del buzón y dejó las llaves del auto adentro. Le mandó un whatsapp avisándole donde le había dejado las llaves, le agradecía el préstamo y concluía con un inédito: “Te quiero”. De ese modo pretendía hacer las paces y redimirse por las actitudes despreciables que había tenido contra él.
Desarmó el celular y lo tiró por una boca de tormenta. No esperaría la respuesta por temor a desilusionarse con la torpeza de su padre al momento de manifestar sus sentimientos, y por el efecto inhibitorio que podría tener sobre sus intenciones, la lectura del mensaje.
Llegó hasta la esquina de Cuba y no pudo evitar recordar otra de los típicos dichos de Mario:
Vivo en el Caribe, en Estados Unidos y Cuba —chiste que cualquier auditorio celebraba sin reparar en el desfasaje geográfico de la cita, y que Federico lamentaba por lo recurrente y porque hubiese preferido vivir en la otra calle.
Caminó rumbo a la Fortaleza. La ascensión del cerro por Cuba era la más dura, la cara imposible que jamás se animó a encarar. Trepar por Holanda o por Juan B. Viacaba incluso le resultaba aburrido, pero por Cuba ni siquiera lo intentó. Y a esta altura tampoco lo intentaría.
Llegó hasta el final de la calle. Desde allá arriba las pocas siluetas que vencían a la niebla, dejaban ver los bordes de la bahía, los edificios que se amontonaban en el centro de la ciudad y el tímido movimiento en el puerto. Sacó un cigarro y lo encendió acodado al busto del Ché Guevara. Silbó los primeros compases de Hasta Siempre de Carlos Puebla, murmuró, aquí se queda la clara y continuó con el tramo que le faltaba para coronar la subida al Cerro de Montevideo.
Desde arriba, era imperceptible la sombra fantasmal del lado oculto de las postales. El laberinto de pasajes y callecitas que se había devorado las casas del Casabó, entumecían la ladera oeste que se empeñaba en pasar desapercibida.
De camino hacia el sur se internó el parque Vaz Ferreira, que infructuosamente intentaba disimular las cicatrices que había dejado sobre la costa, la estructura derruida del Frigorífico Swift. Por ese paraje la calma se volvía espesa. Aislado del movimiento, el silencio se dejaba vencer por el susurro de los fantasmas. Las mismas voces que solían interpelarlo en las madrugadas, cortejaron el descenso entre los árboles, e insistían en su carencia de valor, en su incapacidad para comunicar el entramado sencillo de sus ideas, que lo dejaba fuera de concurso en toda actividad y lo llevaron al delirio durante sus inútiles intentos por emanciparse del transcurrir.
Se liberó de la espesura del parque bordeando el Memorial de los Detenidos Desaparecidos por la Dictadura, cruzó la calle Suiza y bajó las escalinatas de la rambla. Se quitó los zapatos y el frío de la arena se le antojó balsámico. Los pasos hasta la orilla del estuario fueron custodiados por la casona del artista plástico Julio Mancebo, lugar al que entró como polizonte de la mano de la tallerista de cerámica, con quien, entre copas de vino, porros y orgasmos, se permitían disfrutar del plomizo cielo que apenas se diferenciaba del espejo de plata que ahora cubría sus pies.
Por ese entonces, las cicatrices eran las mismas que las de hoy. Las ruinas seguían escandalosamente aferradas a la memoria, y desde los ventanales del hogar del alumno de Joaquín Torres García, la grisura de aquel otoño, hizo su último intento por mantener encendidos los rescoldos de la fe.
Creían que la libertad era la sustancia de cada día, ignorando lo maniatados que siempre estuvieron. La existencia del límite nunca pudo ser evadida y la expansión del universo no resultó como llegó a soñarlo recostado en el sofá junto a Neliza, que le mordisqueaba el abdomen, mientras escuchaba los divagues con los que Federico planeaba burlar a la muerte.
Caminó por la orilla hasta el muelle del Club de Pesca, se sentó y dejó los ojos puestos en la niebla, que borroneaba el mástil del Calpean Star, que a 60 años de su naufragio, aún asoma sobre la superficie del río.
Recordó haberle preguntado a su padre, si los tres palos que se veían eran los de un tenedor gigante enterrado a metros del canal del puerto. Mario lo ilustró sobre la historia de ese buque y también sobre el Graf Spee, acorazado alemán que llegó herido al puerto de Montevideo luego de la batalla del Río de la Plata del año 1939, y que su capitán, para evitar que el trofeo de guerra mantuviese el secreto de su tecnología, lo hizo explotar frente a las playas del oeste.
Encendió otro cigarro sin dejar de mirar hacia un horizonte cercenado y estrecho por las condiciones atmosféricas. Alguna vez se dijo que nadaría desde el muelle hasta el mástil. Pero se trató de otro delirio, como el de cruzar la cordillera en bicicleta, o el de terminar alguna de las carreras universitarias que comenzó.
En ese mismo instante, un vecino tocó varias veces el timbre al notar que las ventanillas del auto estaban abiertas. Ante la ausencia de respuesta, decidió saltar las rejas y rodear la casa. Recorrió las habitaciones después de entrar por la puerta del fondo y se encontró con el cuerpo sin vida de Mario; que una hora antes, mientras preparaba el mate con el que pensaba esperar a su hijo, sintió una fuerte presión en el pecho. El miedo más la dificultad para respirar, apenas le permitieron llegar hasta el borde de la cama que terminó amortiguando su caída.
El hombre llamó de inmediato a la emergencia, avisó a la policía, y mientras buscaba en su lista de contactos el número de Federico, observó sobre la mesa veladora, el tintineo de la luz del celular de Mario que avisaba la entrada de un whastapp.
Federico se puso de pie y descendió por la escalinata del muelle hasta el bote que lo esperaba. El inconfundible olor de la bajante más la quietud de la bahía, le otorgaron una pequeña tregua. Los remos se movieron de forma rítmica, alejándolo de la costa y del barrio, que fue desapareciendo tras la niebla.

lunes, 6 de abril de 2020

Nueva tarea Ciclo Básico: Lectura divertida para Turismo

Elige un libro que te guste de la biblioteca virtual Ceibal, de otro sitio remoto (especifica el link) o que tengas en tu casa:
Nombre del libro:
Escribe un fragmento no superior a 4 renglones que te haya divertido, conmovido o impactado.
¿Por qué lo recomendarías?

sábado, 28 de marzo de 2020

Para todos mis alumnos, manteniendo la consigna de quedarse en casa y cuidarnos. Les pido la siguiente tarea Secundaria/UTU

Inventa una coreografía.

Sencilla, que no dure más de 3 minutos. Escribe los pasos a seguir para recrearla. Acompáñala con música de tu elección, adecuada para una tarea educativa. Pueden participar personas que vivan con ustedes. Si entran a Youtube miren la siguiente: La mejor coreografía del mundo por chicos de secundaria 2018. No pido algo similar y recuerden escribir las fases del baile y su realización. Sencilla y nada riesgoso, por favor. Pombo. En contacto. Enviar a CREA o a mi mail neutro@adinet.com.uy

miércoles, 25 de marzo de 2020

Alumnos de Secundaria y UTU: las tareas la pueden mandar por CREA o a mi mail neutro@adinet.com.uy, el día 26 hay nueva tarea para todos.
Excepto 2o. 1 y 4 (Secundaria), los otros 2os. deben entregar resultado de la prueba diagnóstica. Usen extensión pdf. Lo importante es mantener el vínculo y realizar las tareas que les envío.

viernes, 20 de marzo de 2020

ALUMNOS DE 2o. AÑOS SECUNDARIA Y UTU LA TAREA ES TERMINAR LA EVALUACIÓN DIAGNÓSTICA.
SACAN UNA FOTO LEGIBLE DEL TRABAJO Y LO ENVÍAN A neutro@adinet.com.uy, en el caso de Arroyo Seco, si bien tenemos grupo de Whatsapp y de la escuela misma, prefiero que lo manden al mail.
Próximamente envío código para entrar a CREA. Habrá más de una forma de comunicación.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Queridos alumnos, por este medio y en breve por la plataforma CREA nos vamos a estar conectando.

Para los segundos del Liceo 16 y UTU Arroyo Seco y FPB 1 Robótica y FPB 3 Audiovisual.

Antes quisiera que probáramos contactarnos, me pueden responder a neutro@adinet.com.uy. Me dicen su nombre y grupo.

En estos días de cuarentena, trabajaremos, ánimo. Prof. Pombo.


domingo, 8 de marzo de 2020

prueba diagnóstica


Prueba diagnóstica
Gran parte de la vida del pueblo pasaba por aquel almacén. Las noticias llegaban en el ómnibus de las seis y corrían por el largo mostrador de madera lustrada, donde el gallego Banderas se acodaba a darles la veracidad o el destierro que necesitaba. Tomillos, salamines, galletas, relojes de pared, trajes polvorientos, fideos petrificados, anzuelos viejos, zapatos de punta reforzada y hasta lombrices cultivadas en el fondo de la casa, cerca de la pileta de  lavar ropa. Todo se podía 5 encontrar en aquellos estantes cubiertos de polvo, llenos de adornos inútiles e historias ajadas.
         La tarde en que llegué a comprar medio kilo de la mortadela escondida en la campana de vidrio, a salvo de las moscas, no había nadie en el almacén. Banderas esperaba atrás del mostrador, la calva reluciente a la luz de la lámpara, los anteojos a punto de caerse nariz  abajo por el sudor, un chaleco vetusto queriendo en vano tapar la camisa gastada, y el lápiz de tatuar las compras en la libreta 10   de fiado, con la punta afilada, siempre listo para saltar como un asesino, oculto detrás de la oreja derecha. Rebanó el fiambre sin temblar, demostrando su mentada precisión de cirujano, y lo envolvió en un papel grasiento. Yo me paré en puntas de pie hasta llegar a la altura del mostrador para alcanzarle la libreta. Fue cuando sentí el aliento pesado, mezcla de perfume barato, cigarros viejos y alcohol, que delata a los borrachos que no parecen borrachos. El hombre me sonrió a través     15     de los lentes y preguntó a quemarropa por el “loco de la patilla”. Quedé mudo un instante, sorprendido ante la pregunta, y la rabia me fue tomando todo, el estómago hasta los huesos.
           Desde que tengo memoria, la pasión sin aduanas ha sido mi perdición. Levanté  el envoltorio en un movimiento rápido por encima del mostrador y la mortadela golpeó de lleno en el pecho del gordo de la cara espantada. Le di la espalda y salí raudamente, pero antes de cruzar la puerta giré para 20 mirarlo a los ojos y desaté la bronca atascada en la garganta. “Se llama Antonio y es mi tío”, grité y la voz se despegó distinta. Después corrí hacia la casa, todavía falto de aire por la rabia, a decirles a mi madre que en el almacén de Banderas no quedaba más mortadela.
                                                  Luis do Santos (2017) El zambullidor. Montevideo, Ed. Fin de Siglo.



  1. Menciona tres aspectos de la personalidad del almacenero que te generen asco o rechazo (entre las líneas 8 y 16).
  2. Señala un caso de discurso directo, explica cómo lo reconociste.
  3. ¿Quién dice qué en el texto: el narrador-protagonista, el almacenero u otro personaje?
  1. loco de la patilla”;
  2. Se llama Antonio y es mi tío”;
  3. El hombre me sonrió a través de los lentes…”.
  1. a) Estudia cómo se relacionan las siguientes oraciones:
Rebanó el fiambre sin temblar, demostrando su mentada precisión de cirujano, y lo envolvió en un papel grasiento.”
b) Analiza los complementos del verbo en la oración subrayada e investiga la información gramatical que brinda el morfema flexivo en el verbo conjugado.
c) Clasifica el enunciado según la intención comunicativa.
5) Se describe el almacén entre las líneas 3 y 7 mediante una extensa enumeración.
a) ¿Qué efecto produce en ti como lector ese recurso literario?
b) Ubica un sintagma nominal y estúdialo.

6) Investiga el uso del tilde en las palabras en negrita.

7) Observa en qué tiempo verbal se encuentran los verbos en el primer párrafo:
a) ¿Por qué lo habrá elegido el narrador?
b) Reflexiona sobre la información gramatical que aporta el morfema flexivo en los verbos resaltados en cursiva.

sábado, 7 de marzo de 2020

Fragmento de Cuando eso acecha


    El lunes por la mañana la fiebre me acompañó durante la jornada de trabajo. Pasé las horas lentas, absolutamente inquieta, reconcentrada en los sucesos del día anterior, asustada por la cantidad de sangre que había salido de mi nariz, preguntándome si estaría enferma o hasta moribunda y no lo sabía. Al salir, el caníbal estaba parado en la acera frente al lugar donde aguardaba mi bus. Me hacía señas con una mano, me saludaba, me invitaba a cruzar la calle. Lo ignoré como pude. Cuando llegué a mi casa intenté no pensar en lo que había ocurrido. Fue imposible. Cada vez que quiero escapar de un pensamiento, este se torna obsesivo y hasta sueño con él. No hay voluntad posible que nos aparte de nuestra mente. Decidí que no tocaría el maletín en unos días y que visitaría a mis padres en cuanto tuviera un día libre.
     La semana transcurrió entre la irrealidad de la vigilia y las pesadillas nocturnas. La presencia del caníbal era agobiante con su constancia; cada vez que salía del edificio estaba frente a mí, silencioso y gesticulando. La fiebre no cesaba, los recuerdos y pensamientos en torno al aljibe me acosaban continuamente. La cara imposible del mandril, sus compañeros, cada uno tan desagradable como él, me provocaban una especie e vértigo, una sensación de caída que me hacía incorporar en la cama a la noche. (…).
     Revolví papeles buscando el número de teléfono de la central de mi piso en la empresa. ¿Cuánto hacía que trabajaba allí? ¿Diez años? ¿Quince? Tal vez cerca de veinte. ¿Cómo alguien podría olvidar algo así? Años de rutina y tedio estaban afectando mi memoria. Parecía ser irreversible. Temí que una enfermedad heredada o contagiosa se estuviera asentando y quedara como mis padres, sumida en una profunda e impenetrable ausencia. Del otro lado del teléfono una voz digital me indicaba varios números que iban derivándome a varias contestadoras hasta dar con una voz humana o por lo menos, parecida. Era inusual faltar a mi trabajo. En tantos años jamás lo había hecho. A pesar de eso se me explicó que afectaría la contabilización de mis días de trabajo para la jubilación. Me dio lo mismo. No me detuve a pensarlo y exigí que enviaran al médico estatal para certificar mi ausencia. Llegaría como máximo en tres horas, así que en ese estado planifiqué el resto del día. Aprovecharía la ocasión para visitar a mis padres.
     La espera fue tensa pero breve. El médico solo me hizo unas preguntas y no quiso traspasar el umbral. Cuando le conté que sangraba la nariz cada vez con más frecuencia, causándome mareos y hasta desmayos, levantó la vista del documento sobre el que estaba escribiendo.
     -Es una enfermedad cada vez más común, lo siento. No hay solución. Le diría que asista a un hospital público, pero probablemente la atiendan en un año o más. No es posible conseguir medicamentos para su condición; el Estado no los reparte y son demasiado costosos.
     Estiró su brazo y examinó los ojos bajo mis párpados mientras me explicó que tenía anemia. Sacó un tensiómetro de su maletín y ahí, parados en la puerta de entrada me dijo que tenía la presión demasiado alta. Me tomó la temperatura y no se mostró sorprendido por el resultado. Afirmó con certeza que si continuaba así probablemente no tendría chances de sobrevivir. No supe qué decirle. Sabía que no tenía sentido rogar por atención médica especializada. Atiné a preguntarle si estaba seguro y me contestó con cierta resignación en la mirada que era la misma enfermedad que estaba matando a todos. Que estábamos intoxicados, mal alimentados, y atacados por un montón de bacterias imposibles de tratar. Se despidió con una disculpa y percibí otra vez un dejo de amargura en su rostro. Un médico que no puede curar.. (…).

Andrea Arismendi, Cuando eso acecha.

lunes, 2 de marzo de 2020

Criterio de evaluación de los trabajos escritos

Las categorías y descriptores están sujetos a cambio dependiendo de lo que la docente estime pertinente evaluar. Los niveles se mantendrán en el correr del curso.




Categorías
Destacado

Logrado

En proceso

Con dificultades a superar
Interpretación del texto
El estudiante muestra una comprensión profunda del mismo. Hace uso de paratextos.
Demuestra una correcta comprensión ciñéndose estrictamente a la consigna.
Evidencia una interpretación parcial. No fundamenta respuestas que lo requieren.

No comprende consignas. No responde de manera adecuada o entrega trabajo en   blanco.
Creatividad
Se observa gran habilidad para buscar más de una salida creativa atinada.
Busca una solución novedosa a la consigna que se lo pedía.
Encuentra soluciones previsibles.
No realiza tarea o copia fragmento del texto sin un claro objetivo.
Ortografía 
No tiene faltas ortográficas ni inestabilidades. Correcto uso de signos de puntuación. Respeta márgenes y sangría.
Tiene problemas con algunas tildes pero maneja en general un buen uso ortográfico. En ocasiones escribe el signo de interrogación solo al final.
Muestra problemas con el uso de la tilde y con los distintos grafemas que se realizan con un mismo fonema. No tiene incorporado los signos de puntuación.
Evidencia una no integración de reglas ortográficas básicas.
Vocabulario y precisión léxica.
Usa correctamente las  palabras nuevas infieren su significado o hacen uso del diccionario. Apela a sinónimos e   hiperónimos.
Utiliza de manera adecuada algunas palabras nuevas. De tener dudas preguntan a la docente o consulta diccionario. A veces reiteran términos.
En el vocabulario nuevo que usa abunda la repetición de palabras y usa expresiones de la oralidad.
No incorpora vocabulario nuevo
y en algunos casos escribe como habla.
Conocimientos previos.
Toda la información sobre contenidos de la asignatura  es correcta
Ha realizado el trabajo con una información adecuada. Se ha olvidado o no ha integrado algunos temas.
Ha olvidado o no internalizado aspectos importantes del curso anterior.
No realiza consigna.
Trabajo grupal
Entusiasta, comparte ideas y útiles. Busca llegar a acuerdos. Encauza el trabajo ajeno y propio con excelente actitud.
Se lo ve interesado, escucha y aporta ideas pertinentes.
No desecha la idea pero prefiere utilizar el espacio para dialogar sobre cuestiones que no tienen que ver con el asunto a elaborar.
No quiere trabajar en grupo, se muestra hostil con sus compañeros y/o gran nivel de dispersión.
Presentación y grafía.
Buen manejo de la letra cursiva, respeta sangría, organiza en párrafos.
Conoce adecuadamente letra cursiva pero opta por la imprenta. Presentación adecuada.
No domina letra cursiva ni respeta márgenes. Deja sectores en blanco sin sentido.
Letra imprenta mayúscula o mezcla de estas con minúsculas.
No aceptable organización de la información en el texto.




miércoles, 5 de febrero de 2020