viernes, 16 de mayo de 2025

Carta de Frankenstein

 

Inglaterra, 13 de agosto de 17**

Querida Sra. Saville:

 El aprecio que siento por mi invitado aumenta cada día. Este hombre despierta a un tiempo mi admiración y mi piedad hasta extremos asombrosos. ¿Cómo puedo ver a un ser tan noble destrozado por la desdicha sin sentir una tremenda punzada de dolor? Es tan amable y tan inteligente… y es muy culto, y cuando habla, aunque escoge sus palabras con elegante cuidado, estas fluyen con una facilidad y una elocuencia sin igual. Ahora ya se encuentra muy restablecido de su enfermedad y está continuamente en cubierta, al parecer buscando el trineo que iba delante de él. Sin embargo, aunque parece infeliz, ya no está tan espantosamente sumido en su propio dolor, sino que se interesa también mucho por los asuntos de los demás. Me ha hecho muchas preguntas sobre mis propósitos y le he contado mi pequeña historia con franqueza. Parecía alegrarse de la confianza que le demostré y me sugirió algunas modificaciones en mi plan que me parecieron extremadamente útiles. No hay pedantería en su conducta, sino que todo lo que hace parece nacer exclusivamente del interés que instintivamente siente por el bienestar de aquellos que lo rodean. A menudo parece abatido por la pena y entonces se sienta solo e intenta vencer todo aquello que hay de hosco y asocial en su talante. Estos paroxismos pasan sobre él como una nube delante del sol, aunque su abatimiento nunca le abandona. He intentado ganarme su confianza, y espero haberlo conseguido. Un día le mencioné el deseo que siempre había sentido de contar con un buen amigo que me comprendiera y me ayudara con sus consejos. Le dije que yo no era ese tipo de hombres que se ofenden por los consejos ajenos. «Todo lo que sé lo he aprendido solo, y quizá no confío suficientemente en mis propias fuerzas. Así que me gustaría que ese compañero fuera más sabio y tuviera más experiencia que yo, para que me aportara confianza y me apoyara. No creo que sea imposible encontrar un verdadero amigo.» «Estoy de acuerdo con usted», contestó el desconocido, «en considerar que la amistad no es solo deseable, sino un bien posible. Yo tuve antaño un amigo, el mejor de todos los seres humanos, así que creo que estoy capacitado para juzgar la amistad. Usted espera conseguirla, y tiene el mundo ante usted, así que no hay razón para desesperar. Pero yo… yo lo he perdido todo, y ya no puedo empezar mi vida de nuevo». Cuando dijo eso, su rostro adoptó un expresivo gesto de serenidad y dolor que me llegó al corazón. Pero él permaneció en silencio y después se retiró a su camarote. Aunque tiene el alma destrozada, nadie aprecia más que él las bellezas de la naturaleza. El cielo estrellado, el mar y todos los paisajes que nos proporcionan estas maravillosas regiones parecen tener aún el poder de elevar su alma. Un hombre como él tiene una doble existencia: puede sufrir todas las desgracias y caer abatido por todos los desengaños; sin embargo, cuando se encierre en sí mismo, será como un espíritu celestial, que tiene un halo en torno a sí, cuyo cerco no puede atravesar ni la angustia ni la locura. ¿Te burlas por el entusiasmo que muestro respecto a este extraordinario vagabundo? Si es así, debes de haber perdido esa inocencia que fue antaño tu encanto característico. Sin embargo, si quieres, puedes sonreír ante la emoción de mis palabras, mientras yo encuentro cada día nuevas razones para repetirlas.

                            Tuyo afectuosamente,

                                                                       Robert Walton


 

domingo, 11 de mayo de 2025

Condición de mujer de Cristina Peri Rossi

 

Condición de mujer

Soy la advenediza

la que llegó al banquete

cuando los invitados comían los postres

 

Se preguntaron

quién osaba interrumpirlos

de dónde era

cómo me atrevía a emplear su lengua

 

Si era hombre o mujer

qué atributos poseía

se preguntaron por mi estirpe

 

"Vengo de un pasado ignoto –dije–

de un futuro lejano todavía

Pero en mis profecías hay verdad

Elocuencia en mis palabras

¿Iba a ser la elocuencia

atributo de los hombres?

Hablo la lengua de los conquistadores,

es verdad,

aunque digo lo opuesto de lo que ellos dicen."

 

Soy la advenediza

la perturbadora

la desordenadora de los sexos

la transgresora

 

Hablo la lengua de los conquistadores

pero digo lo opuesto de lo que ellos dicen.

poema de Cristina Peri Rossi
de: Genealogía (1994)

Vendedor de naranjas de Juana de Ibarbourou

 

El vendedor de naranjas

Muchachuelo de brazos cetrinos
Que vas con tu cesta,
Rebosando naranjas pulidas
De un caliente color ambarino;
 
Muchachuelo que fuiste a las chacras
Y a los árboles amplios trepaste
Como yo me trepaba cuando era
Una libre chicuela salvaje;
 
Ven acá muchachuelo; yo ansío
Que me vuelques tu cesta en la falda.
Pide el precio mas alto que quieras.
¡Ah, qué bueno el olor a naranjas!
 
A mi pueblo distante y tranquilo,
Naranjales tan prietos rodean,
Que en Agosto semeja de oro
Y en Diciembre de azahares blanquea.
 
Me críe respirando ese aroma
Y aún parece que corre en mi sangre.
Naranjitas pequeñas y verdes
Siendo niña, enhebraba en collares.
 
Después, lejos llevóme la vida.
Me he tornado tristona y pausada.
¡Qué nostalgia tan honda me oprime
Cuándo siento el olor a naranjas!
 
Si a otro pago muy lejos del tuyo,
Indiecito, algún día te llevan,
Y no eres feliz, y suspiras
Por volver a tu vieja querencia,
 
Y una tarde en un soplo de viento
El sabor a tus montes te asalta,
¡Ya sabrás, indiecito asombrado,
Lo que es la palabra “nostalgia”.

Crónicas, textos varios.

 

Cuatro historias de emigrantes

              "La mayoría de los emigrantes gallegos del siglo XX y de años anteriores procedían de las aldeas, poblaciones pequeñas o villas. Los que menos emigraron fueron los de las ciudades, pero ese es un detalle menor, aunque significativo en cuanto al grado de instrucción y preparación que acompañaba a esos gallegos que salían por el mundo, en busca de un porvenir para ellos y su familia, la mayoría de las veces con la incertidumbre de no saber cuál era su destino final, por lo tanto desconociendo las costumbres, el estilo de vida del país que los recibiría. Mucho menos sabían en qué lugar del mapa se encontraba su nuevo país de adopción. Salvo excepciones no sabían prácticamente nada del lugar al cual irían a vivir...para siempre.

              Los que emigraban de las ciudades tenían mayores posibilidades de haber accedido a algún tipo de estudio, a veces bastante amplio. Los que partían de las aldeas o pequeñas poblaciones vivían sumidos en el desconocimiento general. Especialmente los de las aldeas iban de vez en cuando, siempre que no tuvieran que cumplir con la obligación de labriegos, que la necesidad o sus mayores les imponían.

              El caso de Isidoro García no escapó a ese promedio. Oriundo de la Galicia rural, vio la luz por primera vez el 31 de agosto de 1933, el  lugar denominado Vite, parroquia de Queixeiro, ayuntamiento de Monfero, partido judicial de Pontedeume, provincia la Coruña. ¡Cuántos nombres, cuántos lugares! Para llegar a un pequeño sitio poblado, de la mínima expresión, en este caso, tan mínima era que la casa más cercana se encontraba a unos doscientos metros de distancia."

 

              "Los padres de Isidoro, Andrés y María Antonia, primos etc., ellos habían formado un hogar en una humilde vivienda, primero en el lugar de Vite de Abaixo y después en Vite, a doscientos metros de distancia. Corría el año 1924 y las perspectivas de algún tipo de progreso en Galicia eran mínimas, como en décadas anteriores; entonces Andrés decide emigrar a Montevideo, en busca de algún porvenir para la familia, que para entonces ya se componía de seis personas: los padres y sus hijos: Sofía, Manuel, Genoveva y Amparo. Las noticias que llegaban de América eran alentadoras, lo cual animaba a muchos a emprender la aventura de la emigración. Había trabajo, desarrollo social, posibilidades de progreso. De cualquier forma, Andrés ya sabía que debería separarse de su familia por varios años, por lo tanto, el sacrificio sería importante"

 

              "En Uruguay, Andrés se desempeñó en diversas actividades, trabajando extensas jornadas, cambiando de un empleo a otro, tanto de sereno, como de empleado de comercio, o en una barraca de productos del agro, buscando siempre mejorar su situación a fin de poder juntar dinero suficiente para reclamar a los cinco que quedaban en Vite. En Montevideo estuvo ocho años, el dinero que lograba juntar no era necesario para pagar los pasajes de toda la familia, pues les giraba la mayor parte de su sueldo para que pudieran seguir subsistiendo."

 

(Andrés vuelve a España, sufre la Guerra Civil Española, es fusilado como tantos y ahora su hijo Manuel emigra.) Lectura de estos pasajes.

 

              "Para viajar a Montevideo, Isidoro Manuel tenía que comprar zapatos, pues no tenía otro calzado que zuecos y zapatillas. Su madre pensó que debería llegar más presentable a Uruguay donde había gente culta, educada. Así pues, María Antonia juntó el dinero como pudo y mandó a su hijo a Pontedeume a comprarse unos zapatos. No habría de ir en carro tirado por bueyes como lo hacían a veces cuando llevaban a vender a la feria huevos, o pollos o algún cerdo. Habría de viajar en "el correo", una especie de ómnibus en el cual el billete costa más económico si se viajaba en el techo. 

              Con su calzado nuevo en la caja y el poco dinero que le había sobrado en su bolsillo, lo justo para pagar el pasaje en "el correo", emprendió el regreso hacia su casa, pero antes de llegar a la parada del autobús se encontró con un feirón. Los puestos de venta de pan ejercieron tal poder de atracción que no resistió la tentación de comprar un enorme mollete de pan blanco. "Cuánto tiempo hace que no saboreo un pedazo de pan blanco? El problema que se presentaba es que si compraba el pan se quedaba sin dinero para el billete de bus. ¡Y... no dudó más! Prefirió caminar los trece kilómetros que lo separaban de su casa. Años después le contaría a sus hijos: "Aquel fue el manjar más sabroso que comí en mi vida". Desde que llegó a Montevideo el pan en la mesa era infaltable."

 

 

              "Dos años después de llegar a Montevideo, en 1953, merced al tesón, al empeño, las largas jornadas laborales y el ahorro de los dos hermanos, se produce una situación de fortuna. Los hermanos García, Isidoro y Andrés, logran reunir el dinero suficiente para traer a Montevideo a toda la familia. Maria Antonia se reúne con sus hijos en Montevideo, y, para mayor felicidad de la familia, completan el grupo emigrante, Amparo y Genoveva la hermana de los primeros con sus proles.

              Un domingo, estando todos en plena tarea, llega a la casa una paisana, amiga de la familia, que le llevaba a Genoveva una ropa para arreglar. En compañía de esa amiga venía su sobrina Gloria, una hermosa jovencita de ojos grandes, gallega también. A Isidoro se le subieron los colores cuando sus miradas se cruzaron por un instante... y jamás pudo desprenderse de aquella mirada.

              Varios meses después de ese acontecimiento, Isidoro concurre a uno de los bailes de la época estival de la Quinta de Galicia. La romería comenzaba a las diez de la mañana, cuando se abrían las puertas de la quinta para que el público entrara y se ubicara alrededor de las mesas de piedra que el público entrara y se ubicara alrededor de las mesas de piedra que había bajo la sombra de la arboleda. Al medio día aparecían las empanadas, las tortillas, la damajuana de vino. Las familias se juntaban. Los hombres mayores jugaban a la brisca o al dominó, las madres se dedicaban a contar historias a la vez que vigilaban a sus hijas, a ver con quién bailaban. A eso de las tres de la tarde las orquestas tocaban a todo ritmo y las pistas se llenaban de bailarines. La costumbre de las orquestas era tocar media hora y otro tanto de descanso. Cuando paraba la orquesta típica o de jazz, actuaban los gaiteros; entonces salían algunos a bailar la muiñeira, el pasodoble y la jota.

              Era costumbre que el caballero invitara a bailar a una muchacha. Si la madre de esta no hacía objeción, que podía ser mediante un gesto o una palabra, la pareja salía a la pista y por lo general bailaba toda la media hora, a no ser que la dama dijera "gracias" y se retiraba al lugar donde estaba su familia."

 

              "Ese domingo en la Quinta de Galicia, Isidoro invitó a bailar a una señorita. La orquesta recién comenzaba. De pronto, inesperadamente...¡Aquellos ojos grandes! Ella bailaba con otro chico. Entonces la mirada de Gloria e Isidoro se cruzaron otra vez (...) De pronto, se voltea, y entre un numeroso grupo familiar se cruza con aquellos ojos que parecían tener un imán. Como un autómata se dirige hacia Gloria... Bailaron todas las medias horas siguientes de ese domingo veraniego, fueron los últimos en retirarse de la pista...¡El flechazo fue para siempre!

              El 5 de enero de 1961, luego de varios meses de noviazgo con con el amor de su vida, el único, Gloria Arias López, gallega emigrante como él, varios años menor, nacida en Samos, muy cerca de Sarria. Eduviges, la mamá de Gloria, pasó a vivir con el matrimonio feliz y fue la abuela materna, amorosa, de los dos hijos que llegaron tiempo después: Andrés y Fernando. Llevaban más de cuarenta años de casados y mantenían la misma costumbre de cuando eran novios, compartían todo. Los sábados por la tarde salían a pasear por las calles de su barrio, cercano al El Prado, tomados de la mano. Un señor mayor que los veía pasar por delante de su puerta, uno de esos días les preguntó: "¿Por qué a esa edad madura, ustedes siguen aún tomados de la mano?" Gloria e Isidoro sonrieron: "Es porque aún somos novios".”.

                                                         Cuatro historias de emigrantes, Isidoro Manuel García García

 


 

Fragmento del cap. XX de La traducción de Pablo De Santis

   Capítulo XX

    El gerente dudó unos segundos, amagó una negativa, y finalmente tomó un manojo de llaves. Ana y Rauach desaparecieron en el ascensor.

    Subí las escaleras. El primer piso estaba desierto; en el segundo encontré a Ana, que caminaba perdida. Con las dos manos se apretaba la boca del estómago.

    Rauach, el gerente del hotel, cerró la puerta de la habitación. Sacó un pañuelo del bolsillo y limpió los números dorados, tres-uno-seis, hasta hacerlos brillar. Solo reaccionó cuando le toqué el hombro. No dijo nada, pero despertó.

    -Voy a llamar al comisario.

    Khun era un buen anfitrión; esperó que casi todos hubieran terminado de comer para dar la noticia: Rina Agri está muerta. Después de un profundo silencio, todo el mundo empezó a preguntar a la vez. Khun contestó, a medida que respondía, él perdía sus energías y también los demás; cada pregunta agotaba poco a poco el tema, pero también la animación.

    Guimar llegó como un personaje nuevo incluido en una comedia para animar un cuarto acto que agoniza. Dejó su impermeable sobre uno de los sillones. Miró hacia todos lados con reprensión; no hubo nadie que no sintiera algo de culpa por las molestias que causábamos al pacífico pueblo y a su pacífico comisario.

-¿Dónde está?- preguntó.

-En el 316. Lo acompaño- dijo Rauach.

Durante diez minutos, los traductores hablamos de Rina Agri. Hablamos, todavía en presente, como si no se hubiera ido del todo, como si estuviera haciendo las valijas y fuera una falta de tacto condenarla al pasado. Después de todo, había dos platos de más en la mesa, que nadie había tocado...

         Fragmento de La traducción de Pablo De Santis

domingo, 4 de mayo de 2025

Un viaje infernal. Crónica.

 Un viaje infernal


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    Buenos Aires, 5 de mayo de 1729 

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        Una sed infernal, comida agusanada, alojamiento hacinante y un buque comido por las chinches, pulgas, y piojos debió sufrir, durante el largo viaje, el segundo contingente de inmigrantes canarios que llegaron a poblar la vecina San Felipe y Santiago de Montevideo. Terroríficos detalles de esa travesía a bordo de la nave "San Bruno", fueron proporcionados ayer por el jesuíta P. Cayetano Cattáneo, que viajó en el buque y tiene informaciones vividas desde adentro.                        

Según el sacerdote dicho viaje careció de las mínimas condiciones de higiene y salubridad.

        "Estábamos reducidos al mínimo. Los pasajeros éramos una carga molesta. Pero lo peor no era el apretujamiento, con lo indecoroso y asfixiante que éste era (dormíamos 35 en una estrecha habitación), lo peor era la sed. El agua escaseó escandalosamente a lo largo de la travesía. Se permitían sólo tres vasos al día y la gente vendió hasta la propia camisa para conseguir un vaso extra. Como resultado la gente  llegó a Montevideo medio desnuda. Este trato inhumano se extendía hasta los propios marineros. Varios de ellos acabaron una tina de agua dos días antes de lo previsto y como el castigo el capitán los tuvo un día y medio sin probar una sola gota."

        ¿Significa eso que los pobladores canarios no eran pasajeros? El padre Cattáneo (que viene a ejercer su ministerio aquí, en Buenos Aires) explica el sentido de sus palabras. "Las familias canarias eran consideradas por la compañía asentista de don Cristóbal de Urquijo y don Francisco de Alzáibar como parte de la carga, como cosas y no como seres humanos. Y eso que la Corona les pagó 80 pesos por el transporte y la manutención de cada uno de ellos".

        Al parecer el verdadero negocio de Urquijo y Alzáibar es el transporte de mercaderías, no de colonos. De ahí que reduzcan al máximo el espacio destinado a los pasajeros. 

        Los datos sobre la comida que proporciona Caettáneo no son más alentadores. "La comida no era escasa, pero estaba en malas condiciones. Era raro no encontrar un pedazo de pan que no tuviese gusanos. Pero mucho más insufrible que esa comida incomible eran las pulgas, los piojos, y las chinches que poblaban el barco y asaltaban nuestros cuerpos sin posibilidad de combatirlos. Es que no había forma de lavarse o de cambiarse  de ropa. Se  viajaba  en un hacinamiento tal que nos podíamos ni afeitarnos, y ni siquiera peinarnos".

        Hay más detalles para colmar esa odisea. Cuando llegaron a la zona de la línea ecuatorial los esperó un nuevo martirio. El agua caía a raudales sobre los pasajeros y a las pocas horas los vestidos se les cubrían de gusanos blancos como los del queso. Dice el padre Caettáneo: "Es necesario formular públicamente estas denuncias para que no se repitan viajes similares y don Francisco de Alzáybar  y su  socio aumente sus sórdidas ganancias".

                                                                                Artículo periodístico anónimo.



















jueves, 17 de abril de 2025

La pieza ausente de Pablo De Santis

 La pieza ausente de Pablo de Santis 

Comencé a coleccionar rompecabezas cuando tenía quince años. Hoy no hay nadie en esta ciudad —dicen— más hábil que yo para armar esos juegos que exigen paciencia y obsesión. Cuando leí en el diario que habían asesinado a Nicolás Fabbri, adiviné que pronto sería llamado a declarar. Fabbri era director del Museo del Rompecabezas. 

Tuve razón: a las doce de la noche la llamada de un policía me citó al amanecer en las puertas del museo. Me recibió un detective alto, que me tendió la mano distraídamente mientras decía su nombre en voz baja —Laínez— como si pronunciara una mala palabra. 

Le pregunté por la causa de la muerte:

“Veneno” — dijo entre dientes.

Me llevó hasta la sala central del Museo, donde está el rompecabezas que representa el plano de la ciudad, con dibujos de edificios y monumentos. Mil veces había visto ese rompecabezas: nunca dejaba de maravillarme. Era tan complicado que parecía siempre nuevo, como si, a medida que la ciudad cambiaba, manos secretas alteraran sus innumerables fragmentos. Noté que faltaba una pieza.

 Laínez buscó en su bolsillo. Sacó un pañuelo, un cortaplumas, un dado, y al final apareció la pieza. “Aquí la tiene”. Encontramos a Fabbri muerto sobre el rompecabezas. Antes de morir arrancó esta pieza. Pensamos que quiso dejarnos una señal. Miré la pieza. En ella se dibujaba el edificio de una biblioteca, sobre una calle angosta. Se leía, en letras diminutas, Pasaje La Piedad.

 —Sabemos que Fabbri tenía enemigos —dijo Laínez. 

Coleccionistas resentidos, como Santandrea, varios contrabandistas de rompecabezas, hasta un ingeniero loco, constructor de juguetes, con el que se peleó una vez. —Troyes— dije. Lo recuerdo bien.

 — También está Montaldo, el vicedirector del Museo, que quería ascender a toda costa. ¿Relaciona a alguno de ellos con esa pieza?

 —Dije que no

 — ¿Ve la B mayúscula, de Biblioteca? Detuvimos a Benveniste, el anticuario, pero tenía una buena coartada. También combinamos las letras de La Piedad buscando anagramas. Fue inútil. Por eso pensé en usted. 

Miré el tablero: muchas veces había sentido vértigo ante lo minucioso de esa pasión, pero por primera vez sentí el peso de todas las horas inútiles. El gigantesco rompecabezas era un monstruoso espejo en el que ahora me obligaban a reflejarme. Solo los hombres incompletos podíamos entregarnos a aquella locura. Encontré (sin buscarla, sin interesarme) la solución. 

—Llega un momento en el que los coleccionistas ya no vemos las piezas. Jugamos en realidad con huecos, con espacios vacíos. No se preocupe por las inscripciones en la pieza que Fabbri arrancó: mire mejor la forma del hueco. Laínez miró el punto vacío en la ciudad parcelada: leyó entonces la forma de una M. Montaldo fue arrestado de inmediato. Desde entonces, cada mes me envía por correo un pequeño rompecabezas que fabrica en la prisión con madera y cartones. Siempre descubro, al terminar de armarlos, la forma de una pieza ausente, y leo en el hueco la inicial de mi nombre.

martes, 15 de abril de 2025

Fragmentos de la novela policial La traducción de Pablo De Santis

                                                                        II  

El gerente dudó unos segundos, amagó una negativa, y finalmente tomó un manojo de llaves. Ana y Rauach desaparecieron en el ascensor.

    Subí las escaleras. El primer piso estaba desierto; en el segundo encontré a Ana, que caminaba perdida. Con las dos manos se apretaba la boca del estómago.

    Rauach, el gerente del hotel, cerró la puerta de la habitación. Sacó un pañuelo del bolsillo y limpió los números dorados, tres-uno-seis, hasta hacerlos brillar. Solo reaccionó cuando le toqué el hombro. No dijo nada, pero despertó.

    -Voy a llamar al comisario.

    Khun era un buen anfitrión; esperó que casi todos hubieran terminado de comer para dar la noticia: Rina Agri está muerta. Después de un profundo silencio, todo el mundo empezó a preguntar a la vez. Khun contestó, a medida que respondía, él perdía sus energías y también los demás; cada pregunta agotaba poco a poco el tema, pero también la animación.

    Guimar llegó como un personaje nuevo incluido en una comedia para animar un cuarto acto que agoniza. Dejó su impermeable sobre uno de los sillones. Miró hacia todos lados con reprensión; no hubo nadie que no sintiera algo de culpa por las molestias que causábamos al pacífico pueblo y a su pacífico comisario.

-¿Dónde está?- preguntó.

-En el 316. Lo acompaño- dijo Rauach.

Durante diez minutos, los traductores hablamos de Rina Agri. Hablamos, todavía en presente, como si no se hubiera ido del todo, como si estuviera haciendo las valijas y fuera una falta de tacto condenarla al pasado. Después de todo, había dos platos de más en la mesa, que nadie había tocado...

        

                                                                           IX

    En la planta baja había varias habitaciones destinadas a la numerosa servidumbre que el hotel jamás llegó a albergar. En uno de esos cuartos, el 77, ubicaron el cuerpo de Valner, sobre un colchón sin sábanas, envuelto en nylon. En una mirada fugaz alcancé a ver el cuarto estrecho, apenas iluminado por una lamparita de poco voltaje, las paredes desnudas, el cuerpo demasiado grande para la cama angosta, con un brazo caído y chorreando agua por el piso.

    El gerente del hotel, Rauach,  al que yo no había visto hasta entonces, apareció vestido de saco y corbata y con un ánimo en el que mezclaban la voluntad de poner orden y la desesperación. En medio de la noche recorría el hotel dando órdenes y proclamando su inocencia.

    -El hotel no tiene ninguna responsabilidad. Los pasajeros habían sido advertidos sobre los peligros de pasar al otro lado.

    Dos policías llegaron en un jeep; uno era el comisario de Puerto Esfinge, Guimar, el otro un sargento gordo de movimientos lentos. El sargento tuvo que hacer de fotógrafo antes de que sacaran el cuerpo del agua. Lo miré trabajar; era evidente que no estaba habituado a tratar con muertos. Sacaba las fotos a la mayor distancia posible.

    -Acérquese, hombre -ordenó Guimar en voz baja-. Quiero al muerto, no al paisaje.

    Todos los invitados al congreso estábamos en el bar del hotel, espectadores de un drama del cual los otros -Rauach, el comisario, el médico al que habían despertado en mitad de la noche para firmar el certificado de defunción- eran protagonistas. Conscientes de su rol, hablaban en voz demasiado alta, pero a la vez del modo más confidencial posible, con medias palabras y sobrentendidos.

    -Quiero una lista con los nombres y los domicilios de los pasajeros -ordenó el comisario al conserje-.¿Quién encontró el cuerpo?

                                                         Fragmentos de La traducción de Pablo De Santis

    


Fragmento de Frankenstein de Mary Shelley

 

“Parte por curiosidad y parte por ocio entré en la sala de conferencias en que el señor Waldman penetró poco después. Este profesor loco se parecía a su colega. Aparentaba unos cincuenta años de edad, pero su aspecto expresaba la mayor benevolencia; algunas canas cubrían sus sienes; el cabello de la coronilla era casi totalmente negro. Su estatura era baja, pero se mantenía notablemente erguido; y su voz era la más dulce que escuché jamás. Comenzó su conferencia con una recapitulación de la historia de la química y de las diversas innovaciones hechas por diferentes estudiosos, pronunciando con fervor los nombres de los más distinguidos descubridores. Luego ofreció un breve enfoque del estado actual de la ciencia, explicó muchos de sus términos elementales.  Luego de haber realizado algunos experimentos preparatorios, concluyó con un panegírico de la moderna química, cuyos términos jamás olvidaré: «Los antiguos maestros de esta ciencia —dijo— prometían imposibles y nada realizaron. Los maestros modernos prometen muy poco; saben que no es posible transmutar metales y que el elixir de la vida es una quimera. Pero estos filósofos, cuyas manos parecen haber sido hechas con el único propósito de revolver el barro y sus ojos para mirar por el microscopio u observar el crisol, verdaderamente realizaron milagros. Penetran en lo más recóndito de la naturaleza y muestran cómo funciona en su seno íntimo. Se elevan a las alturas: descubren cómo circula la sangre, y la naturaleza del aire que respiramos. Han adquirido poderes nuevos y casi ilimitados; pueden imponerse a los truenos del cielo, imitar el terremoto y aun burlarse del mundo invisible con sus sombras»”.

 

                                               Fragmento de Frankenstein de M. Shelley

Carta a Robert Walton de su hermana Margaret. La desobediente.

                

                                                                         Londres, 29 de octubre de 17...

Querido hermano:

                         Tu última carta me ha sumido en la tristeza: sigues empecinado en alcanzar el Polo Norte? No entiendo por qué tu compromiso con Viktor Frankenstein es más importante qu lo acordado con nuestro padre. ¿Has perdido el juicio?

                        Hace ocho días, las manos toscas de un hombre de aspecto descuidado golpearon mi puerta. ¿Exagero si digo que su barba abundante olía a mar? Con pocas palabras se presentó como lugarteniente y me entregó el manuscrito que terminaste de escribir a mediados de septiembre pasado. Comencé a leerlo mientras la puerta se cerraba. Demoré varias horas, como imaginarás, pero no noté el paso del tiempo mientras estuve sumergida en tu relato.

                            Todo lo que me cuentas me ha dejado abrumada. Sorprendida, también. ¿Cómo te sientes, cuánto te ha afectado? Luego de una experiencia de ese calibre, ¿no crees que has viajado lo suficiente como para pasar unos meses en tierra firme? Lo último que dices es que estás rumbo a casa, pero tu lugarteniente me ha contado acerca de la decisión de reparar el barco en San Petersburgo. ¿Qué ha pasado que no me lo comentas al final de tu escrito? Me ha llamado la atención eso. Temo que todo lo vivido, sumado al clima despiadado del norte, haya vulnerado tu salud y no quieras confesarlo por carta para no preocuparme. ¿Cuánto tiempo seguirás lejos de nosotros?

                            Respecto al manuscrito que me has enviado, debo decirte que no deja de asombrarme un hecho muy particular: dices que Viktor Frankenstein, al llegar a la Universidad de Ingolstadt, se entrevistó con los profesores de Krempe y Waldman. Pues te sorprenderá saber que el profesor Waldman es uno de nuestros más preciados asesores.

                            Sus conocimientos sobre la química de los pigmentos, el proceso de blanqueado y las propiedades de los tejidos no dejan de maravillarme. Contar con él para mejorar la producción de nuestra fábrica de hilados es algo que agradezco todos los días. Pero no lo reconocí en la descripción que Frankenstein hace de él. Su voz no es dulce, es triste. Su mirada revela un profundo pesar. Se mueve como si estuviera siempre amenazado. Estas diferencias hicieron que fuera a verlo para constatar que se trataba de la misma persona.

                            Encontré los modos e intercalé en nuestra conversación un par de preguntas sobre su pasado. Luego le comenté que conocías a su antiguo discípulo Viktor Frankenstein. Se sorprendió, pero no emitió palabra alguna. Insistí preguntándole directamente si había sido su tutor. No negó conocerlo, pero su rostro se cerró de pronto, como una ventana atizada por el viento. Resultó indudable que la sola mención de ese nombre le ocasionaba una tormenta interior de magnitudes ingobernables. La mirada se le nubló y el mentón comenzó a temblarle al intentar emitir alguna opinión. Sentí tal bochorno al verlo así que le pedí disculpas por la perturbación que le había causado y me retiré sin más. El sofoco duró todo el camino de regreso a casa.

                        Temí que, tras esa situación, el profesor Waldman decidiera dejar su trabajo de asesor, pero, para mi sorpresa, hace unos días pasó a dejarme un cuaderno en el cual se había tomado el trabajo de escribir toda su historia. "Para que se sepa la verdad", dijo cuando lo apoyó con cuidado sobre el escritorio. Y me pidió que fuera reservada con el contenido de este relato que compartiré contigo.

                        ¿Te preguntas por qué decidió confiar en mí? Yo también lo hice, pero entendí sus razones al terminar la lectura. De todos modos continúo reflexionando sobre ella cada noche. Las expresiones que utiliza para explicar sus motivos me impulsan a ir más allá, me provocan: ¿será que espera más que redención o exculpamiento de mi parte?, ¿pretende que haga algo con toda esa información? Más allá de que es a mí a quien se dirige, ¿soy yo la verdadera destinataria de este escrito?, ¿Te has sentido de modo similar después de conocer y escuchar a Frankenstein?

                Apenas terminé de leer el cuaderno, decidí transcribir las palabras del profesor para enviártelas. Fue arduo, pero era necesario: de ningún modo me hubiera arriesgado a perder el original. Seguramente me darás la razón. Confieso que al leer me sentí afectada, pero nada comparado con lo que sentí al copiar el relato. La transcripción me ha resultado aún más reveladora. Entiendo que Frankenstein lo haya descripto de un modo tan diferente.

                ¡Cuánto me aliviará comentar contigo estos hechos cuando nos reunamos! Mientras tanto, mil bendiciones para ti, querido Robert. Recuerda que te adoro y extraño muchísimo.

                ¡Vuelve a nosotros! ¡Regresa pronto a casa!


                    Tu hermana, 

                    Margaret Saville

domingo, 6 de abril de 2025

Carta IV de Frankenstein, Mary Shelley

  Carta IV

  Inglaterra, 5 de agosto de 17...


Querida Sra. Saville:

                               Nos ha ocurrido un accidente tan extraño, que no puedo dejar de anotarlo, si  bien es muy probable que me veas ante de que estos papeles lleguen a tus manos.

                               El lunes pasado (31 de julio) nos hallábamos rodeados por el hielo, que cercaba el barco por todos los lados, dejándonos apenas el agua precisa para continuar a flote. Nuestra situación era algo peligrosa, sobre todo porque nos envolvía una espesa niebla. Decidimos, por tanto, permanecer al pairo con la esperanza de que adviniera algún cambio en la atmósfera y el tiempo.

                              Hacia las dos de la tarde, la niebla levantó y observamos, extendiéndose en todas direcciones, inmensas e irregulares capas de hielo que parecían no tener fin. Algunos de mis compañeros lanzaron un gemido, y yo mismo empezaba a intranquilizarme, cuando de pronto una insólita imagen acaparó nuestra atención y distrajo nuestros pensamientos de la situación en la que nos encontrábamos. Como a media milla y en dirección al Norte vimos un vehículo de poca altura, sujeto a un trineo y tirado por perros. Un ser de apariencia humana, pero de gigantesca estatura, iba sentado en el trineo y dirigía los perros. Observamos con el catalejo el rápido avance del viajero hasta que se perdió entre los lejanos montículos de hielo.

                                Por la mañana, en cuanto hubo amanecido, salí a cubierta y me encontré a toda la tripulación a un lado del navío, aparentemente conversando con alguien fuera del barco. En efecto, sobre un gran fragmento de hielo, que se nos había acercado durante la noche, había un trineo parecido al que ya  habíamos divisado. Únicamente un perro permanecía vivo: pero había un ser humano en el trineo, al cual los marineros intentaban persuadir de que subiera al barco. No parecía como el viajero de la noche anterior, un habitante salvaje procedente de alguna isla inexplorada, sino un europeo. Cuando aparecí en cubierta, mi segundo oficial gritó: -Aquí está nuestro capitán, y no permitirá que usted muera en mar abierto.

        Al verme, el hombre se dirigió a mí en inglés, si bien con acento extranjero: -antes de subir al navío -dijo- ¿tendría la amabilidad de indicarme hacia dónde se dirige?

            Podrás imaginar mi sorpresa al oír semejante pregunta de labios de una persona al borde de la muerte y para la cual yo habría pensado que mi barco ofrecía un recurso que no hubiese cambiado ni por las mayores riquezas del mundo. Le respondí, sin embargo, que nos dirigíamos al Polo Norte en viaje de exploración.

                    Pareció satisfacerle y consintió subir a bordo. ¡Santo cielo, Margaret! Si hubieras visto al hombre que de esta forma ponía condiciones a su salvación, tu sorpresa hubiera sido ilimitada. Tenía los miembros casi helados y el cuerpo horriblemente demacrado por la fatiga y el sufrimiento, jamás vi hombre alguno en condición tan lastimosa. Intentamos llevarlo al camarote, pero en cuanto dejó de estar al aire libre perdió el conocimiento, de manera que volvimos a subirlo a cubierta y lo reanimamos frotándolo con coñac y obligándolo a beber una pequeña cantidad. [...]

                    Así pasaron dos días, sin que pudiera hablar, y a menudo temí que los sufrimientos le hubiesen privado de la razón. Cuando se hubo repuesto un poco, lo llevé a mi propio camarote y lo atendí cuanto me lo permitían mis obligaciones. Nunca había conocido nadie más interesante. Suele tener una expresión exaltada, como de locura, en la mirada. Pero hay momentos en los que, si alguien le demuestra alguna atención o le presta el más mínimo servicio, se le ilumina la cara con una benevolencia y ternura que no he visto en otro hombre. Cuando mi huésped se encontró un poco mejor, expresó:

                - Voy en busca de alguien que huyó de mí.

               - ¿ Y el hombre a quien perseguía viajaba de manera semejante?

               - Sí.

               - Entonces pienso que lo hemos visto, pues el día antes de recogerlo a usted vimos unos perros tirando de un trineo, en el cual iba un hombre. [...]

                  Por lo que respecta a este extraño incidente, este es mi diario hasta el momento. La salud de nuestro huésped ha ido mejorando gradualmente, pero apenas habla, y parece inquietarse cuando alguien que no sea yo entra en su camarote. Sin embargo, sus modales son tan conciliadores y delicados, que todos los marineros se interesan por su estado, a pesar de no haber tenido apenas relación con él. Por mi parte, empiezo a quererlo como a un hermano, su constante y profundo pesar me llena de piedad y simpatía. Debe haber sido una persona muy noble en otros tiempos, ya que, deshecho como está ahora, sigue siendo tan interesante y amable. Te decía en una de mis cartas, querida Margaret, que no hallaría ningún amigo en el vasto océano, pero he encontrado un hombre a quien, antes que la desgracia quebrara su espíritu, me hubiera gustado tener por hermano.

                    De tener nuevos incidentes que relatar respecto del extranjero, te tendré al tanto.

                           Afectuosamente, tu hermano,


                                                                                                    Robert Walton

                        

Carta III de Frankenstein de Mary Shelley

  Carta III                                    

  Inglaterra, 7 de julio de 17...


Sra. Saville:

Querida hermana: 

                                        Escribo estas pocas líneas con prisa, y para decirte que estoy a salvo y muy adelantado en mi viaje. Esta carta llegará a Inglaterra en un buque mercante que parte dentro de poco de regreso desde Arcángel, más afortunado que yo, que tal vez pasaré muchos años sin ver mi tierra natal. A pesar de eso, mi ánimo se mantiene firme: mis hombres son valerosos y al parecer decididos, sin que parezca impresionarlos los témpanos flotantes que cruzamos continuamente y que son señal de los riesgos que ofrece la zona hacia la cual nos acercamos. Hemos ya alcanzado una latitud muy alta, pero estamos en pleno verano y, aunque no hace tanto calor como en Inglaterra, los vientos del Sur que nos impulsan con rapidez hacia las costas que con tanto ardor deseo tocar, traen un hálito templado, del que no esperaba gozar.

                                    Hasta ahora no nos ha pasado nada digno de contar. Uno o dos huracanes y alguna vía de agua son cosas que los navegantes experimentados apenas recuerdan. Me consideraré muy feliz si nada peor nos sucede durante el viaje.

                                    Adiós mi querida Margaret. Ten la seguridad de que, por mi propio bien y por el tuyo, evitaré riesgos inútiles. Seré tranquilo, perseverante y prudente. Mas el triunfo tiene que coronar mis esfuerzos. ¿Por qué no? Hasta ahora he avanzado por ruta segura sobre los mares sin límites ni marcas. Las estrellas mismas son testigos y testimonio de mi triunfo. ¿Por qué no he de seguir avanzando por el elemento indomado pero obediente? ¿Qué puede contener al corazón decidido y a la firmeza de voluntad de un hombre? Mi esperanzado corazón se vuelca así, involuntariamente, en esta carta. Pero tengo que ponerle fin. 

                                    ¡Dios bendiga a mi hermana querida!

                                     Tuyo afectuosamente,

                                                                                                              Robert Walton


Fragmento de Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary W. Shelley

                                

El misterio de los tressobretodos de Roberto Arlt

 De haberse sabido que fue Ernestina la que descubrió al ladrón, probablemente Ernestina hubiera ido a parar al presidio por un largo tiempo de su vida... Nunca pudo ser aclarado el misterio de la oficina.

Ateniéndose a los sucesos tal me fueron narrados, podría afirmar que “el enigma de la oficina” fue uno de los tantos dramas oscuros que se gestan en las entrañas de las grandes ciudades, donde las bagatelas terminan por revestir un contorno de episodio cruento en la conciencia de las personas que a diario se soportan en un ambiente estrecho de trabajo y duro de responsabilidades.

La policía realizó investigaciones superficiales en tomo del grave suceso, pero acabó por abandonar la búsqueda del autor o autora, por creer en cierto modo que el asunto no merecía el tiempo que absorbía a las actividades de los funcionarios, ocupados en novedades de mayor trascendencia.

He aquí cómo se gestó el suceso conocido entre los empleados de la “Casa Xenius, ropería para hombres y mujeres, artículos de confección, etc.”, bajo el nombre de “El misterio de los tres sobretodos”.

En la oficina de Expedición al interior de la casa Xenius comenzaron a desaparecer prendas de vestir.

Un día fue un cinturón, ¡un cinturón sin hebilla!, lo que demuestra que el ladrón echaba mano a lo que podía; otra vez fue un sobre con la suma de doce pesos, olvidado en el cajón de Ernestina; otra vez fue un retazo de seda. Un retazo de un metro, valuado en ocho pesos...

Semejantes robos, mejor dicho, hurtos, traían revuelta a la gente de la oficina. No se trataba de la cantidad en sí, aunque sí se trataba. Los valores que el ladrón substraía, por insignificantes que fueran, estacionaban en la prudencia de los empleados una atmósfera de inquietud. Allí, entre ellos, se encontraba un ladrón o una ladrona. Cada uno era responsable directamente de los artículos recibidos, esto sin dejar de tener en cuenta otro detalle: las víctimas de los robos no eran personas a las que se pudiera afectar impunemente en sus intereses.

Todos ellos vivían sobrellevando estrecheces. Sus reducidos sueldos les alcanzaban apenas para cubrir sus necesidades más inmediatas. La desaparición de un objeto valuado en cinco o en diez pesos no constituía, precisamente, una desgracia, pero sí desequilibraba desagradablemente el presupuesto del damnificado. Además, aquel que había sido robado pensaba que otro día podría volver a ocurrir semejante accidente, y tal posibilidad traía alborotado el magín de los empleados, que hasta en sueños se veían reintegrando indemnizaciones de daños que aún no habían sufrido.

No estaban agotados los comentarios sobre el robo del retazo de un metro de seda, ocurrido en la semana anterior, cuando una noticia nueva estalló como una bomba, entre la consternación de todos: ¡Habían desaparecido tres sobretodos!...

El mismo gerente de la casa Xenius no pudo evitar un escalofrío al enterarse.

El robo de tres sobretodos en una casa organizada es motivo más que suficiente para alarmar a los mismos accionistas. Sin embargo, a pedido de los empleados de la sección Ropería de hombres, el gerente no dio noticias del escándalo a los accionistas. Los siete empleados de la sección Ropería de hombres desembolsaron el importe de los tres sobretodos.

Yo podría escribir un libro con los diálogos, respuestas, preguntas, conjeturas y deducciones que se hicieron sobre aquel suceso, pero tendré que limitarme a escribir tres líneas.

¿Quién se había llevado los tres sobretodos? La argumentación de los damnificados era de este tenor:

—¿Puede un empleado o una empleada o el sereno robarse un corte de seda?

—Sí, puede.

—¿Puede un empleado, una empleada o el sereno robarse un par de medias?

—Sí, puede.

“¿Puede un empleado, una empleada o el sereno robarse tres sobretodos?

—No; no puede. No puede, porque tres sobretodos son inocultables en un bolsillo. Tres sobretodos hacen un bulto fenomenal. De consiguiente, el robo de tres sobretodos es materialmente imposible.

—Pero es que los sobretodos faltan —replicaban los damnificados.

—Se robaron uno a uno —replicaban los más sutiles.

—¿Cómo los sacaron de la sección?

Nadie sabía qué responder. El robo carecía prácticamente de explicación. Carecía de explicación porque la casa permanecía por la noche estrictamente cerrada. En el interior de la tienda, aparte del sereno, trabajaban tres hombres en la limpieza. Se hubiera podido sospechar del sereno, pero el sereno no se movía de la tienda y, al retirarse por la mañana del comercio, lo hacía en presencia del jefe, cuya mirada avizora registraba al cojo de pies a cabeza. El hombre no hubiera podido envolverse un sobretodo en una pierna, porque ello era materialmente imposible. Ni ponerse un sobretodo nuevo debajo del viejo, porque el tamaño saltaría a la vista. Además, hubiera tenido que complicar a la gente de la limpieza en estos robos, y nadie iba a arriesgarse por una bagatela. Y, en última instancia, ¿por qué iba a ser precisamente el sereno el ladrón?

Existía otra posibilidad: que los hombres de la limpieza o el mismo sereno pasaran las prendas robadas por la terraza a una casa vecina. Los empleados preguntaron por la terraza. La casa Xenius no tenía terraza, el piso inmediato superior estaba ocupado por escritorios. Quedaba el recurso de las ventanas que daban a un patio oscuro. Las ventanas estaban enrejadas, además cada piso sobre el patio estaba separado del otro por una malla de alambre, de manera que si alguien que robaba en el cuarto piso quería arrojar el producto de su robo a un cómplice que le esperaba en el patiecillo, las redes de alambre no hubieran permitido pasar los paquetes.

Puntualizo estos detalles porque no trabajaba en la casa Xenius ni un solo empleado que no los conociera ni los comentara.

Evidentemente, el ladrón o la ladrona estaba allí, entre ellos, era un camarada, quizá un empleado inferior o superior, un hombre de la limpieza o un chico de mandados, pero el ladrón o la ladrona estaba allí. Y era de cuidado.

¡Había robado tres sobretodos! ¡Tres sobretodos de sesenta y cinco pesos cada uno! Es decir, ciento noventa y cinco pesos. Los siete empleados que fueron víctimas del robo tuvieron que retirar de sus sueldos la suma aproximada de treinta pesos para indemnizar a la casa, y la noticia del suceso no llegó a los accionistas. El gerente, piadosamente, la calló. Pero desde el gerente, que esa noche comentó el suceso con su señora, hasta el chico del ascensor, todos estaban preocupados.

¿Qué iba a ocurrir allí?

Una de las más interesadas con los robos que se cometieron era Ernestina, empleada de la sección Expedición al interior.

Esta Ernestina es la muchacha de cuyo cajón el misterioso ladrón sustrajo el sobre que contenía doce pesos.

Ernestina creía tener un hilo que podía llevarla a establecer la identidad del ratero. Esta empleada merece una referencia, porque su actuación fue importante y curiosa.

Ernestina, físicamente, era más flaca que un gato famélico. Cuando se sentía contenta trepaba por los árboles, también como un gato. Observando su minúscula figura no se imaginara jamás que fuera tan vigorosa y resistente. Daba puñetazos tremendos.

Ernestina aspiraba a ser. Vaya a saber lo que aspiraba a ser, pero cuando salía de la oficina, un día sí y un día no, se metía en un montón de academias diferentes. Seguía cursos de inglés, de estenografía, de francés. Los que la conocían no sabían qué admirar más si su flacura, su resistencia o su actividad.

Personalmente estaba indignada contra el ladrón.

—Ese hombre es un canalla —decía—. Nos está robando a nosotros, que somos más pobres que las ratas.

Lo que no dijo fue esto:

—Es tan ladrón que hasta se roba las “medialunas” que tomamos con el café con leche.

No lo dijo, pero lo pensó.

Efectivamente, el misterioso ladrón de los tres sobretodos, del cinturón sin hebilla, de las medias de seda, acostumbraba robarse las “medialunas” que las muchachas no terminaban de comer con el café con leche que tomaban por la tarde.

Casi todas las empleadas llevaban a la tienda el café con leche en un termo. Ernestina había observado que cuando no tenía ganas de comerse las “medialunas” y las dejaba en el cajón de su escritorio para comerlas al día siguiente, una mano misteriosa que había revisado el cajón se había llevado las “medialunas”.

Ahora bien, aunque Ernestina no hizo ningún comentario al respecto, dedujo:

1º. El ladrón de la tienda no era empleado ni empleada, porque ningún empleado ni empleada se quedaba después de la hora de salida y, además, ninguno de ellos le hubiera robado a su compañero una o dos “medialunas” para tomar con el café con leche.

2º. Por lo tanto, el ladrón de las “medialunas” era un hombre que merodeaba por las oficinas después que ellos salían.

3º. Un hombre que es capaz de revisar un cajón y robarse una “medialuna” es un ser humano sin sensibilidad, con la justa mentalidad para robarse un cinturón sin hebilla, un metro de seda o los tres sobretodos.

4º. En consecuencia, el ladrón de las “medialunas” era el ladrón de las prendas anteriores, y actuaba en el comercio exclusivamente por la noche.

Sin embargo, Ernestina tuvo un escrúpulo. ¿Y si se equivocaba?

He aquí en qué podía consistir su equivocación:

Pudiera ser que, por la noche, uno de los hombres encargados de la limpieza revisara los cajones, encontrara las “medialunas” abandonadas, y suponiendo que eran desperdicios, las arrojara a la basura. Si así ocurría, su tesis era equivocada.

Resolvió hacer una prueba.

Aquel día, a la hora de tomar café con leche, comió bollitos en vez de “medialunas”, y después de arrancar un pedazo de un mordisco, dejó el bollito mordido en el cajón.

Pasaron tres días. El bollito mordido continuaba en el cajón, en consecuencia el hombre que robaba las “medialunas” no era el hombre de la limpieza, porque sino el bollito hubiera seguido el camino de la otra factura.

Y de pronto estalló otra bomba.

De la sección Sombreros para hombres desaparecieron veinte sombreros. Veinte sombreros no se ocultan entre pecho y espalda, ni tampoco metidos en un bolsillo. El personal de la tienda Xenius estaba atónito. Uno mencionó la película del Hombre invisible, y muchos se sintieron tentados a admitir que el ladrón de la tienda era un ente de condiciones sobrenaturales. Fue interrogado el sereno, los hombres de la limpieza; intervino la policía y no se aclaró nada. La situación de los empleados de la tienda se tornó insoportable. A la salida del empleo tropezaban con vigilantes que les escudriñaban de pies a cabeza. Muchos de ellos, sin que se enteraran los otros, fueron revisados. Por supuesto, inútilmente. Ernestina, una tarde, a la hora de salir, fue llamada a la gerencia. La aguardaba allí una señora que le indicó que debía dejarse registrar. Ernestina llegó a su casa hirviendo de ira. Aquella humillación era insoportable. Pero ella no estaba en condiciones de renunciar al empleo, porque su inglés era deficiente. Meditaba aquel anochecer, apoyada de codos en la mesa, cuando una idea diabólica se detuvo en su cerebro.

¿Si ella atrapara al ladrón? Al ladrón de los sombreros, de los sobretodos. Al ladrón de las “medialunas”.

Tenía un plan.

Sin vacilar, entró en el laboratorio fotográfico de su hermano. En un rincón del estante había un bote con cianuro de potasio. Echó aproximadamente un gramo de veneno en un papel, entró a su cuarto, tomó una “medialuna”, con un cortaplumas separó delicadamente la corteza, abrió en la masa un agujero, y allí vertió el veneno. Con un poco de engrudo obturó el agujero, volvió a cubrirlo con su corteza y metió la “medialuna” en su valijita, junto al termo.

Al día siguiente, por la tarde, antes de salir de la oficina, en un momento que nadie la veía, dejó la “medialuna” abandonada en el interior del cajón.

Regresó a su casa, emocionada por la calidad de la trampa que dejaba preparada. Pero era indispensable que procediera así.

Luego, para olvidarse de la magnitud del acto, fue al cine en compañía de sus hermanas. A pesar de que trataba de separar su pensamiento del drama en preparación, el drama latía con violencia en todas sus venas.

Durmió y no durmió aquella noche. Una mano carnuda y fuerte, de dedos gruesos, pasaba ante sus ojos, le rozaba el brazo y el rostro con su manga tosca, tomaba el cajón de su escritorio por la anilla, lo entreabría, hurgaba en las tinieblas y retiraba la “medialuna”...

El cansancio fue más fuerte que su temor secreto, y al amanecer terminó por dormirse. Tuvieron que despertarla repetidas veces para que se levantara. Se vistió sobresaltada.

Al llegar a la tienda y entrar al ascensor, le dijo el chico:

—Señorita Ernestina, ¿no sabe que encontraron al ladrón?

Ernestina dejó caer su cartera al suelo. Se inclinó a recogerla, pero ya recobrado por completo el dominio de sí misma.

—¿Sí?

—Era el sereno.

—¿El sereno?

—Le encontraron una pierna llena de corbatas. Parece que se suicidó.

Al entrar a la sección Expedición al interior, todos comentaban el suceso.

Resulta que al amanecer, los peones de limpieza encontraron al sereno muerto junto a su taza de café con leche. Al levantarlo, descubrieron que llevaba una pierna postiza. Vino la policía. Al sereno le faltaba una pierna. Usaba una ortopédica; en su interior esa noche había guardado dos docenas de cintas de máquina de escribir y siete corbatas de seda.

La policía allanó la casa donde vivía el sereno. En su habitación encontraron otra pierna. Una pierna de madera maciza. Cuando el sereno no estaba dispuesto a robar, usaba la pierna sin trampa. Se comprobó que en la pierna hueca cabía holgadamente un sobretodo arrollado, siempre que se le descosieran las mangas.

Tal fue la razón por la que la policía no extremó las investigaciones para determinar quién había hecho llegar a las manos del sereno la “medialuna” cargada de veneno.

Y aquel día todos los empleados de la casa Xenius, incluso Ernestina, se sintieron enormemente felices.

  1. ¿Qué papel juega Ernestina en el cuento?
  2. ¿Cuál es el marco, complicación principal y resolución del cuento?
  3. Enumera los objetos que fueron robados.
  4. Grafopeya y etopeya de este personaje.
  5. ¿Qué deducciones realiza la empleada sobre la identidad del ladrón?
  6. Ubica las perífrasis verbales con el verbo poder más infinitivo.
  7. Estudiamos el funcionamiento del complemento atributo, identificamos enunciado, verbos conjugados, oraciones, sujeto expreso o tácito previamente.

  • Aquella humillación era insoportable....todos estaban preocupados.
  • “el enigma de la oficina” fue uno de los tantos dramas oscuros que se gestan en las entrañas de las grandes ciudades,
  • El cansancio fue más fuerte que su temor secreto
  • Encuentra otros dos ejemplos de atributo en en el texto.


jueves, 20 de marzo de 2025

 Módulo introductorio 8os. años

Palacio Legislativo

Palacio Legislativo en Montevideo

El Palacio Legislativo es el edificio que alberga al Poder Legislativo de Uruguay. Se encuentran allí la Cámara de Representantes, la Cámara de Senadores y la Asamblea General. El edificio, verdadera joya arquitectónica, fue construido entre 1908 y 1925. Fue diseñado por el arquitecto Vittorio Meano, ejecutado por la empresa G. y M. Debernardis y construido por el arquitecto Gaetano Moretti. En el año 1975 fue declarado Monumento Histórico Nacional.

Historia del Palacio Legislativo

El llamado a concurso para la construcción de un palacio que albergara al Poder Legislativo uruguayo se realizó en el año 1903. Las obras comenzaron recién en el año 1908 y la inauguración fue el 24 de agosto de 1925, conmemorando el centenario de la Declaratoria de la Independencia. La construcción de la obra estuvo a cargo del arquitecto italiano Gaetano Moretti, quien contó con la colaboración del arquitecto uruguayo  Eugenio Baroffio.

El emplazamiento, estratégicamente elegido, requirió modificaciones en el sistema vial para reproducir el modelo parisino de la Place de la Concorde, donde varias avenidas confluyen sobre la plaza. De este modo, numerosas calles de la ciudad conducen al palacio, que además se visualiza directamente desde la principal avenida de Montevideo (18 de Julio).

Arquitectura del Palacio Legislativo

El edificio está diseñado en estilo neoclásico, con una marcada inspiración griega en sus fachadas exteriores. La obra está construida con materiales lujosos: ornamentos en maderas nobles, mármol de Carrara, pórfido y bronce; complementados por esculturas, bajorrelieves, vitrales y mosaicos venecianos.

Entre los elementos destacables de esta maravillosa construcción se encuentra el Salón de los Pasos Perdidos, con su espectacular bóveda y lucernario, adornado por tres vitrales. 

Las paredes interiores del Palacio están adornadas con pinturas murales y detalles ornamentales laminados en oro. Los distintos salones están decorados con pinturas de la importante colección que se fue adquiriendo a lo largo del tiempo. En el exterior, las cariátides parecen tomadas de un palacio griego. Fueron esculpidas por diferentes artistas y todas poseen distinto significado. 

Las actividades del Palacio Legislativo

En el Palacio Legislativo funcionan la Cámara de Senadores y la Cámara de Diputados, así como la Asamblea General. También se encuentran los despachos de los legisladores, algunos de ellos ubicados en el edificio anexo que se encuentra al otro lado de la acera y que se comunica con el palacio por un túnel subterráneo.

Además del Poder Legislativo, funciona en el palacio una biblioteca pública, la segunda en importancia en el país, decorada con maderas nobles talladas, que alberga una de las colecciones de libros más importante de la nación. Hay libros antiguos de incalculable valor. La biblioteca está abierta para consulta a todo público.

El edificio puede ser visitado libremente por el público, con visitas guiadas gratuitas. Hay recorridos diarios, con horarios establecidos. Además, la asistencia a las sesiones de las cámaras de representantes es libre.

Al Palacio Legislativo se puede llegar en auto, taxi y ómnibus. Son muchas las líneas de ómnibus que llegan hasta el Palacio, algunas de ellas son: 17, 128, 135, 137, 147, 148, 150, 151, 155, 156, 157, 158, 169, 173, 175, 188, 187, 199, 370, 409, 468, 522.

                         https://www.viajeauruguay.com/montevideo/el-palacio-legislativo-y-su-imponentearquitectura-1.php




  1. ¿Cuál fue el modelo de edificio europeo que inspiró el P. Legislativo?

  2. Con base en la fuente citada, ¿qué empresa u organismo puede ser el emisor de este texto?

  3. ¿Por qué consideras que es importante el Palacio Legislativo?

  4. ¿Cómo relacionas la noticia sobre las mujeres ministras que asumieron el mismo día? ¿Trabajarán aquí o en otros lugares?, ¿Qué políticos trabajan en este edificio?

  5. Selecciona tres datos informativos que te parezcan importantes para una persona que quiera visitar el Palacio Legislativo.

  6. ¿Cómo se resuelven o solucionan los conflictos en el P. Legislativo?

  7. Busca tres verbos conjugados, estudia la información gramatical que aporta el morfema flexivo.

  8. Realiza una maqueta de este edificio o de una parte de él, trabaja en grupo, la entrega se hará en el primer semestre.