martes, 15 de abril de 2025

Carta a Robert Walton de su hermana Margaret. La desobediente.

                

                                                                         Londres, 29 de octubre de 17...

Querido hermano:

                         Tu última carta me ha sumido en la tristeza: sigues empecinado en alcanzar el Polo Norte? No entiendo por qué tu compromiso con Viktor Frankenstein es más importante qu lo acordado con nuestro padre. ¿Has perdido el juicio?

                        Hace ocho días, las manos toscas de un hombre de aspecto descuidado golpearon mi puerta. ¿Exagero si digo que su barba abundante olía a mar? Con pocas palabras se presentó como lugarteniente y me entregó el manuscrito que terminaste de escribir a mediados de septiembre pasado. Comencé a leerlo mientras la puerta se cerraba. Demoré varias horas, como imaginarás, pero no noté el paso del tiempo mientras estuve sumergida en tu relato.

                            Todo lo que me cuentas me ha dejado abrumada. Sorprendida, también. ¿Cómo te sientes, cuánto te ha afectado? Luego de una experiencia de ese calibre, ¿no crees que has viajado lo suficiente como para pasar unos meses en tierra firme? Lo último que dices es que estás rumbo a casa, pero tu lugarteniente me ha contado acerca de la decisión de reparar el barco en San Petersburgo. ¿Qué ha pasado que no me lo comentas al final de tu escrito? Me ha llamado la atención eso. Temo que todo lo vivido, sumado al clima despiadado del norte, haya vulnerado tu salud y no quieras confesarlo por carta para no preocuparme. ¿Cuánto tiempo seguirás lejos de nosotros?

                            Respecto al manuscrito que me has enviado, debo decirte que no deja de asombrarme un hecho muy particular: dices que Viktor Frankenstein, al llegar a la Universidad de Ingolstadt, se entrevistó con los profesores de Krempe y Waldman. Pues te sorprenderá saber que el profesor Waldman es uno de nuestros más preciados asesores.

                            Sus conocimientos sobre la química de los pigmentos, el proceso de blanqueado y las propiedades de los tejidos no dejan de maravillarme. Contar con él para mejorar la producción de nuestra fábrica de hilados es algo que agradezco todos los días. Pero no lo reconocí en la descripción que Frankenstein hace de él. Su voz no es dulce, es triste. Su mirada revela un profundo pesar. Se mueve como si estuviera siempre amenazado. Estas diferencias hicieron que fuera a verlo para constatar que se trataba de la misma persona.

                            Encontré los modos e intercalé en nuestra conversación un par de preguntas sobre su pasado. Luego le comenté que conocías a su antiguo discípulo Viktor Frankenstein. Se sorprendió, pero no emitió palabra alguna. Insistí preguntándole directamente si había sido su tutor. No negó conocerlo, pero su rostro se cerró de pronto, como una ventana atizada por el viento. Resultó indudable que la sola mención de ese nombre le ocasionaba una tormenta interior de magnitudes ingobernables. La mirada se le nubló y el mentón comenzó a temblarle al intentar emitir alguna opinión. Sentí tal bochorno al verlo así que le pedí disculpas por la perturbación que le había causado y me retiré sin más. El sofoco duró todo el camino de regreso a casa.

                        Temí que, tras esa situación, el profesor Waldman decidiera dejar su trabajo de asesor, pero, para mi sorpresa, hace unos días pasó a dejarme un cuaderno en el cual se había tomado el trabajo de escribir toda su historia. "Para que se sepa la verdad", dijo cuando lo apoyó con cuidado sobre el escritorio. Y me pidió que fuera reservada con el contenido de este relato que compartiré contigo.

                        ¿Te preguntas por qué decidió confiar en mí? Yo también lo hice, pero entendí sus razones al terminar la lectura. De todos modos continúo reflexionando sobre ella cada noche. Las expresiones que utiliza para explicar sus motivos me impulsan a ir más allá, me provocan: ¿será que espera más que redención o exculpamiento de mi parte?, ¿pretende que haga algo con toda esa información? Más allá de que es a mí a quien se dirige, ¿soy yo la verdadera destinataria de este escrito?, ¿Te has sentido de modo similar después de conocer y escuchar a Frankenstein?

                Apenas terminé de leer el cuaderno, decidí transcribir las palabras del profesor para enviártelas. Fue arduo, pero era necesario: de ningún modo me hubiera arriesgado a perder el original. Seguramente me darás la razón. Confieso que al leer me sentí afectada, pero nada comparado con lo que sentí al copiar el relato. La transcripción me ha resultado aún más reveladora. Entiendo que Frankenstein lo haya descripto de un modo tan diferente.

                ¡Cuánto me aliviará comentar contigo estos hechos cuando nos reunamos! Mientras tanto, mil bendiciones para ti, querido Robert. Recuerda que te adoro y extraño muchísimo.

                ¡Vuelve a nosotros! ¡Regresa pronto a casa!


                    Tu hermana, 

                    Margaret Saville