“Parte por curiosidad y parte por ocio entré
en la sala de conferencias en que el señor Waldman penetró poco después. Este
profesor loco se parecía a su colega. Aparentaba unos cincuenta años de edad,
pero su aspecto expresaba la mayor benevolencia; algunas canas cubrían sus
sienes; el cabello de la coronilla era casi totalmente negro. Su estatura era
baja, pero se mantenía notablemente erguido; y su voz era la más dulce que
escuché jamás. Comenzó su conferencia con una recapitulación de la historia de
la química y de las diversas innovaciones hechas por diferentes estudiosos,
pronunciando con fervor los nombres de los más distinguidos descubridores.
Luego ofreció un breve enfoque del estado actual de la ciencia, explicó muchos
de sus términos elementales. Luego de haber realizado algunos experimentos preparatorios, concluyó
con un panegírico de la moderna química, cuyos términos jamás olvidaré: «Los
antiguos maestros de esta ciencia —dijo— prometían imposibles y nada
realizaron. Los maestros modernos prometen muy poco; saben que no es posible
transmutar metales y que el elixir de la vida es una quimera. Pero estos
filósofos, cuyas manos parecen haber sido hechas con el único propósito de
revolver el barro y sus ojos para mirar por el microscopio u observar el
crisol, verdaderamente realizaron milagros. Penetran en lo más recóndito de la
naturaleza y muestran cómo funciona en su seno íntimo. Se elevan a las alturas:
descubren cómo circula la sangre, y la naturaleza del aire que respiramos. Han
adquirido poderes nuevos y casi ilimitados; pueden imponerse a los truenos del
cielo, imitar el terremoto y aun burlarse del mundo invisible con sus sombras»”.
Fragmento
de Frankenstein de M. Shelley