martes, 15 de abril de 2025

Fragmentos de la novela policial La traducción de Pablo De Santis

                                                                        II  

El gerente dudó unos segundos, amagó una negativa, y finalmente tomó un manojo de llaves. Ana y Rauach desaparecieron en el ascensor.

    Subí las escaleras. El primer piso estaba desierto; en el segundo encontré a Ana, que caminaba perdida. Con las dos manos se apretaba la boca del estómago.

    Rauach, el gerente del hotel, cerró la puerta de la habitación. Sacó un pañuelo del bolsillo y limpió los números dorados, tres-uno-seis, hasta hacerlos brillar. Solo reaccionó cuando le toqué el hombro. No dijo nada, pero despertó.

    -Voy a llamar al comisario.

    Khun era un buen anfitrión; esperó que casi todos hubieran terminado de comer para dar la noticia: Rina Agri está muerta. Después de un profundo silencio, todo el mundo empezó a preguntar a la vez. Khun contestó, a medida que respondía, él perdía sus energías y también los demás; cada pregunta agotaba poco a poco el tema, pero también la animación.

    Guimar llegó como un personaje nuevo incluido en una comedia para animar un cuarto acto que agoniza. Dejó su impermeable sobre uno de los sillones. Miró hacia todos lados con reprensión; no hubo nadie que no sintiera algo de culpa por las molestias que causábamos al pacífico pueblo y a su pacífico comisario.

-¿Dónde está?- preguntó.

-En el 316. Lo acompaño- dijo Rauach.

Durante diez minutos, los traductores hablamos de Rina Agri. Hablamos, todavía en presente, como si no se hubiera ido del todo, como si estuviera haciendo las valijas y fuera una falta de tacto condenarla al pasado. Después de todo, había dos platos de más en la mesa, que nadie había tocado...

        

                                                                           IX

    En la planta baja había varias habitaciones destinadas a la numerosa servidumbre que el hotel jamás llegó a albergar. En uno de esos cuartos, el 77, ubicaron el cuerpo de Valner, sobre un colchón sin sábanas, envuelto en nylon. En una mirada fugaz alcancé a ver el cuarto estrecho, apenas iluminado por una lamparita de poco voltaje, las paredes desnudas, el cuerpo demasiado grande para la cama angosta, con un brazo caído y chorreando agua por el piso.

    El gerente del hotel, Rauach,  al que yo no había visto hasta entonces, apareció vestido de saco y corbata y con un ánimo en el que mezclaban la voluntad de poner orden y la desesperación. En medio de la noche recorría el hotel dando órdenes y proclamando su inocencia.

    -El hotel no tiene ninguna responsabilidad. Los pasajeros habían sido advertidos sobre los peligros de pasar al otro lado.

    Dos policías llegaron en un jeep; uno era el comisario de Puerto Esfinge, Guimar, el otro un sargento gordo de movimientos lentos. El sargento tuvo que hacer de fotógrafo antes de que sacaran el cuerpo del agua. Lo miré trabajar; era evidente que no estaba habituado a tratar con muertos. Sacaba las fotos a la mayor distancia posible.

    -Acérquese, hombre -ordenó Guimar en voz baja-. Quiero al muerto, no al paisaje.

    Todos los invitados al congreso estábamos en el bar del hotel, espectadores de un drama del cual los otros -Rauach, el comisario, el médico al que habían despertado en mitad de la noche para firmar el certificado de defunción- eran protagonistas. Conscientes de su rol, hablaban en voz demasiado alta, pero a la vez del modo más confidencial posible, con medias palabras y sobrentendidos.

    -Quiero una lista con los nombres y los domicilios de los pasajeros -ordenó el comisario al conserje-.¿Quién encontró el cuerpo?

                                                         Fragmentos de La traducción de Pablo De Santis