Inglaterra, 13
de agosto de 17**
Querida Sra. Saville:
El aprecio que siento
por mi invitado aumenta cada día. Este hombre despierta a un tiempo mi
admiración y mi piedad hasta extremos asombrosos. ¿Cómo puedo ver a un ser tan
noble destrozado por la desdicha sin sentir una tremenda punzada de dolor? Es
tan amable y tan inteligente… y es muy culto, y cuando habla, aunque escoge sus
palabras con elegante cuidado, estas fluyen con una facilidad y una elocuencia
sin igual. Ahora ya se encuentra muy restablecido de su enfermedad y está
continuamente en cubierta, al parecer buscando el trineo que iba delante de él.
Sin embargo, aunque parece infeliz, ya no está tan espantosamente sumido en su
propio dolor, sino que se interesa también mucho por los asuntos de los demás.
Me ha hecho muchas preguntas sobre mis propósitos y le he contado mi pequeña
historia con franqueza. Parecía alegrarse de la confianza que le demostré y me
sugirió algunas modificaciones en mi plan que me parecieron extremadamente
útiles. No hay pedantería en su conducta, sino que todo lo que hace parece
nacer exclusivamente del interés que instintivamente siente por el bienestar de
aquellos que lo rodean. A menudo parece abatido por la pena y entonces se
sienta solo e intenta vencer todo aquello que hay de hosco y asocial en su
talante. Estos paroxismos pasan sobre él como una nube delante del sol, aunque
su abatimiento nunca le abandona. He intentado ganarme su confianza, y espero
haberlo conseguido. Un día le mencioné el deseo que siempre había sentido de
contar con un buen amigo que me comprendiera y me ayudara con sus consejos. Le
dije que yo no era ese tipo de hombres que se ofenden por los consejos ajenos.
«Todo lo que sé lo he aprendido solo, y quizá no confío suficientemente en mis
propias fuerzas. Así que me gustaría que ese compañero fuera más sabio y
tuviera más experiencia que yo, para que me aportara confianza y me apoyara. No
creo que sea imposible encontrar un verdadero amigo.» «Estoy de acuerdo con
usted», contestó el desconocido, «en considerar que la amistad no es solo
deseable, sino un bien posible. Yo tuve antaño un amigo, el mejor de todos los
seres humanos, así que creo que estoy capacitado para juzgar la amistad. Usted
espera conseguirla, y tiene el mundo ante usted, así que no hay razón para
desesperar. Pero yo… yo lo he perdido todo, y ya no puedo empezar mi vida de
nuevo». Cuando dijo eso, su rostro adoptó un expresivo gesto de serenidad y
dolor que me llegó al corazón. Pero él permaneció en silencio y después se
retiró a su camarote. Aunque tiene el alma destrozada, nadie aprecia más que él
las bellezas de la naturaleza. El cielo estrellado, el mar y todos los paisajes
que nos proporcionan estas maravillosas regiones parecen tener aún el poder de
elevar su alma. Un hombre como él tiene una doble existencia: puede sufrir
todas las desgracias y caer abatido por todos los desengaños; sin embargo, cuando
se encierre en sí mismo, será como un espíritu celestial, que tiene un halo en
torno a sí, cuyo cerco no puede atravesar ni la angustia ni la locura. ¿Te
burlas por el entusiasmo que muestro respecto a este extraordinario vagabundo?
Si es así, debes de haber perdido esa inocencia que fue antaño tu encanto
característico. Sin embargo, si quieres, puedes sonreír ante la emoción de mis
palabras, mientras yo encuentro cada día nuevas razones para repetirlas.
Tuyo
afectuosamente,
Robert
Walton