Cuatro historias de emigrantes
"La
mayoría de los emigrantes gallegos del siglo XX y de años anteriores procedían
de las aldeas, poblaciones pequeñas o villas. Los que menos emigraron fueron
los de las ciudades, pero ese es un detalle menor, aunque significativo en
cuanto al grado de instrucción y preparación que acompañaba a esos gallegos que
salían por el mundo, en busca de un porvenir para ellos y su familia, la
mayoría de las veces con la incertidumbre de no saber cuál era su destino
final, por lo tanto desconociendo las costumbres, el estilo de vida del país
que los recibiría. Mucho menos sabían en qué lugar del mapa se encontraba su
nuevo país de adopción. Salvo excepciones no sabían prácticamente nada del
lugar al cual irían a vivir...para siempre.
Los que
emigraban de las ciudades tenían mayores posibilidades de haber accedido a
algún tipo de estudio, a veces bastante amplio. Los que partían de las aldeas o
pequeñas poblaciones vivían sumidos en el desconocimiento general.
Especialmente los de las aldeas iban de vez en cuando, siempre que no tuvieran
que cumplir con la obligación de labriegos, que la necesidad o sus mayores les
imponían.
El caso
de Isidoro García no escapó a ese promedio. Oriundo de la Galicia rural, vio la
luz por primera vez el 31 de agosto de 1933, el lugar denominado Vite,
parroquia de Queixeiro, ayuntamiento de Monfero, partido judicial de
Pontedeume, provincia la Coruña. ¡Cuántos nombres, cuántos lugares! Para llegar
a un pequeño sitio poblado, de la mínima expresión, en este caso, tan mínima
era que la casa más cercana se encontraba a unos doscientos metros de
distancia."
"Los
padres de Isidoro, Andrés y María Antonia, primos etc., ellos habían formado un
hogar en una humilde vivienda, primero en el lugar de Vite de Abaixo y después
en Vite, a doscientos metros de distancia. Corría el año 1924 y las
perspectivas de algún tipo de progreso en Galicia eran mínimas, como en décadas
anteriores; entonces Andrés decide emigrar a Montevideo, en busca de algún
porvenir para la familia, que para entonces ya se componía de seis personas:
los padres y sus hijos: Sofía, Manuel, Genoveva y Amparo. Las noticias que
llegaban de América eran alentadoras, lo cual animaba a muchos a emprender la
aventura de la emigración. Había trabajo, desarrollo social, posibilidades de
progreso. De cualquier forma, Andrés ya sabía que debería separarse de su
familia por varios años, por lo tanto, el sacrificio sería importante"
"En
Uruguay, Andrés se desempeñó en diversas actividades, trabajando extensas
jornadas, cambiando de un empleo a otro, tanto de sereno, como de empleado de
comercio, o en una barraca de productos del agro, buscando siempre mejorar su
situación a fin de poder juntar dinero suficiente para reclamar a los cinco que
quedaban en Vite. En Montevideo estuvo ocho años, el dinero que lograba juntar
no era necesario para pagar los pasajes de toda la familia, pues les giraba la
mayor parte de su sueldo para que pudieran seguir subsistiendo."
(Andrés vuelve a España, sufre la Guerra Civil Española, es
fusilado como tantos y ahora su hijo Manuel emigra.) Lectura de estos pasajes.
"Para
viajar a Montevideo, Isidoro Manuel tenía que comprar zapatos, pues no tenía
otro calzado que zuecos y zapatillas. Su madre pensó que debería llegar más
presentable a Uruguay donde había gente culta, educada. Así pues, María Antonia
juntó el dinero como pudo y mandó a su hijo a Pontedeume a comprarse unos
zapatos. No habría de ir en carro tirado por bueyes como lo hacían a veces
cuando llevaban a vender a la feria huevos, o pollos o algún cerdo. Habría de
viajar en "el correo", una especie de ómnibus en el cual el billete
costa más económico si se viajaba en el techo.
Con su
calzado nuevo en la caja y el poco dinero que le había sobrado en su bolsillo,
lo justo para pagar el pasaje en "el correo", emprendió el regreso
hacia su casa, pero antes de llegar a la parada del autobús se encontró con un
feirón. Los puestos de venta de pan ejercieron tal poder de atracción que no
resistió la tentación de comprar un enorme mollete de pan blanco. "Cuánto
tiempo hace que no saboreo un pedazo de pan blanco? El problema que se
presentaba es que si compraba el pan se quedaba sin dinero para el billete de
bus. ¡Y... no dudó más! Prefirió caminar los trece kilómetros que lo separaban
de su casa. Años después le contaría a sus hijos: "Aquel fue el manjar más
sabroso que comí en mi vida". Desde que llegó a Montevideo el pan en la
mesa era infaltable."
"Dos
años después de llegar a Montevideo, en 1953, merced al tesón, al empeño, las
largas jornadas laborales y el ahorro de los dos hermanos, se produce una
situación de fortuna. Los hermanos García, Isidoro y Andrés, logran reunir el
dinero suficiente para traer a Montevideo a toda la familia. Maria Antonia se
reúne con sus hijos en Montevideo, y, para mayor felicidad de la familia,
completan el grupo emigrante, Amparo y Genoveva la hermana de los primeros con
sus proles.
Un
domingo, estando todos en plena tarea, llega a la casa una paisana, amiga de la
familia, que le llevaba a Genoveva una ropa para arreglar. En compañía de esa
amiga venía su sobrina Gloria, una hermosa jovencita de ojos grandes, gallega
también. A Isidoro se le subieron los colores cuando sus miradas se cruzaron
por un instante... y jamás pudo desprenderse de aquella mirada.
Varios
meses después de ese acontecimiento, Isidoro concurre a uno de los bailes de la
época estival de la Quinta de Galicia. La romería comenzaba a las diez de la
mañana, cuando se abrían las puertas de la quinta para que el público entrara y
se ubicara alrededor de las mesas de piedra que el público entrara y se ubicara
alrededor de las mesas de piedra que había bajo la sombra de la arboleda. Al
medio día aparecían las empanadas, las tortillas, la damajuana de vino. Las
familias se juntaban. Los hombres mayores jugaban a la brisca o al dominó, las
madres se dedicaban a contar historias a la vez que vigilaban a sus hijas, a
ver con quién bailaban. A eso de las tres de la tarde las orquestas tocaban a
todo ritmo y las pistas se llenaban de bailarines. La costumbre de las
orquestas era tocar media hora y otro tanto de descanso. Cuando paraba la
orquesta típica o de jazz, actuaban los gaiteros; entonces salían algunos a
bailar la muiñeira, el pasodoble y la jota.
Era
costumbre que el caballero invitara a bailar a una muchacha. Si la madre de
esta no hacía objeción, que podía ser mediante un gesto o una palabra, la
pareja salía a la pista y por lo general bailaba toda la media hora, a no ser
que la dama dijera "gracias" y se retiraba al lugar donde estaba su
familia."
"Ese
domingo en la Quinta de Galicia, Isidoro invitó a bailar a una señorita. La
orquesta recién comenzaba. De pronto, inesperadamente...¡Aquellos ojos grandes!
Ella bailaba con otro chico. Entonces la mirada de Gloria e Isidoro se cruzaron
otra vez (...) De pronto, se voltea, y entre un numeroso grupo familiar se
cruza con aquellos ojos que parecían tener un imán. Como un autómata se dirige
hacia Gloria... Bailaron todas las medias horas siguientes de ese domingo
veraniego, fueron los últimos en retirarse de la pista...¡El flechazo fue para
siempre!
El 5 de
enero de 1961, luego de varios meses de noviazgo con con el amor de su vida, el
único, Gloria Arias López, gallega emigrante como él, varios años menor, nacida
en Samos, muy cerca de Sarria. Eduviges, la mamá de Gloria, pasó a vivir con el
matrimonio feliz y fue la abuela materna, amorosa, de los dos hijos que
llegaron tiempo después: Andrés y Fernando. Llevaban más de cuarenta años de
casados y mantenían la misma costumbre de cuando eran novios, compartían todo.
Los sábados por la tarde salían a pasear por las calles de su barrio, cercano
al El Prado, tomados de la mano. Un señor mayor que los veía pasar por delante
de su puerta, uno de esos días les preguntó: "¿Por qué a esa edad madura,
ustedes siguen aún tomados de la mano?" Gloria e Isidoro sonrieron:
"Es porque aún somos novios".”.
Cuatro
historias de emigrantes, Isidoro Manuel García García