viernes, 16 de mayo de 2025

Carta de Frankenstein

 

Inglaterra, 13 de agosto de 17**

Querida Sra. Saville:

 El aprecio que siento por mi invitado aumenta cada día. Este hombre despierta a un tiempo mi admiración y mi piedad hasta extremos asombrosos. ¿Cómo puedo ver a un ser tan noble destrozado por la desdicha sin sentir una tremenda punzada de dolor? Es tan amable y tan inteligente… y es muy culto, y cuando habla, aunque escoge sus palabras con elegante cuidado, estas fluyen con una facilidad y una elocuencia sin igual. Ahora ya se encuentra muy restablecido de su enfermedad y está continuamente en cubierta, al parecer buscando el trineo que iba delante de él. Sin embargo, aunque parece infeliz, ya no está tan espantosamente sumido en su propio dolor, sino que se interesa también mucho por los asuntos de los demás. Me ha hecho muchas preguntas sobre mis propósitos y le he contado mi pequeña historia con franqueza. Parecía alegrarse de la confianza que le demostré y me sugirió algunas modificaciones en mi plan que me parecieron extremadamente útiles. No hay pedantería en su conducta, sino que todo lo que hace parece nacer exclusivamente del interés que instintivamente siente por el bienestar de aquellos que lo rodean. A menudo parece abatido por la pena y entonces se sienta solo e intenta vencer todo aquello que hay de hosco y asocial en su talante. Estos paroxismos pasan sobre él como una nube delante del sol, aunque su abatimiento nunca le abandona. He intentado ganarme su confianza, y espero haberlo conseguido. Un día le mencioné el deseo que siempre había sentido de contar con un buen amigo que me comprendiera y me ayudara con sus consejos. Le dije que yo no era ese tipo de hombres que se ofenden por los consejos ajenos. «Todo lo que sé lo he aprendido solo, y quizá no confío suficientemente en mis propias fuerzas. Así que me gustaría que ese compañero fuera más sabio y tuviera más experiencia que yo, para que me aportara confianza y me apoyara. No creo que sea imposible encontrar un verdadero amigo.» «Estoy de acuerdo con usted», contestó el desconocido, «en considerar que la amistad no es solo deseable, sino un bien posible. Yo tuve antaño un amigo, el mejor de todos los seres humanos, así que creo que estoy capacitado para juzgar la amistad. Usted espera conseguirla, y tiene el mundo ante usted, así que no hay razón para desesperar. Pero yo… yo lo he perdido todo, y ya no puedo empezar mi vida de nuevo». Cuando dijo eso, su rostro adoptó un expresivo gesto de serenidad y dolor que me llegó al corazón. Pero él permaneció en silencio y después se retiró a su camarote. Aunque tiene el alma destrozada, nadie aprecia más que él las bellezas de la naturaleza. El cielo estrellado, el mar y todos los paisajes que nos proporcionan estas maravillosas regiones parecen tener aún el poder de elevar su alma. Un hombre como él tiene una doble existencia: puede sufrir todas las desgracias y caer abatido por todos los desengaños; sin embargo, cuando se encierre en sí mismo, será como un espíritu celestial, que tiene un halo en torno a sí, cuyo cerco no puede atravesar ni la angustia ni la locura. ¿Te burlas por el entusiasmo que muestro respecto a este extraordinario vagabundo? Si es así, debes de haber perdido esa inocencia que fue antaño tu encanto característico. Sin embargo, si quieres, puedes sonreír ante la emoción de mis palabras, mientras yo encuentro cada día nuevas razones para repetirlas.

                            Tuyo afectuosamente,

                                                                       Robert Walton


 

domingo, 11 de mayo de 2025

Condición de mujer de Cristina Peri Rossi

 

Condición de mujer

Soy la advenediza

la que llegó al banquete

cuando los invitados comían los postres

 

Se preguntaron

quién osaba interrumpirlos

de dónde era

cómo me atrevía a emplear su lengua

 

Si era hombre o mujer

qué atributos poseía

se preguntaron por mi estirpe

 

"Vengo de un pasado ignoto –dije–

de un futuro lejano todavía

Pero en mis profecías hay verdad

Elocuencia en mis palabras

¿Iba a ser la elocuencia

atributo de los hombres?

Hablo la lengua de los conquistadores,

es verdad,

aunque digo lo opuesto de lo que ellos dicen."

 

Soy la advenediza

la perturbadora

la desordenadora de los sexos

la transgresora

 

Hablo la lengua de los conquistadores

pero digo lo opuesto de lo que ellos dicen.

poema de Cristina Peri Rossi
de: Genealogía (1994)

Vendedor de naranjas de Juana de Ibarbourou

 

El vendedor de naranjas

Muchachuelo de brazos cetrinos
Que vas con tu cesta,
Rebosando naranjas pulidas
De un caliente color ambarino;
 
Muchachuelo que fuiste a las chacras
Y a los árboles amplios trepaste
Como yo me trepaba cuando era
Una libre chicuela salvaje;
 
Ven acá muchachuelo; yo ansío
Que me vuelques tu cesta en la falda.
Pide el precio mas alto que quieras.
¡Ah, qué bueno el olor a naranjas!
 
A mi pueblo distante y tranquilo,
Naranjales tan prietos rodean,
Que en Agosto semeja de oro
Y en Diciembre de azahares blanquea.
 
Me críe respirando ese aroma
Y aún parece que corre en mi sangre.
Naranjitas pequeñas y verdes
Siendo niña, enhebraba en collares.
 
Después, lejos llevóme la vida.
Me he tornado tristona y pausada.
¡Qué nostalgia tan honda me oprime
Cuándo siento el olor a naranjas!
 
Si a otro pago muy lejos del tuyo,
Indiecito, algún día te llevan,
Y no eres feliz, y suspiras
Por volver a tu vieja querencia,
 
Y una tarde en un soplo de viento
El sabor a tus montes te asalta,
¡Ya sabrás, indiecito asombrado,
Lo que es la palabra “nostalgia”.

Crónicas, textos varios.

 

Cuatro historias de emigrantes

              "La mayoría de los emigrantes gallegos del siglo XX y de años anteriores procedían de las aldeas, poblaciones pequeñas o villas. Los que menos emigraron fueron los de las ciudades, pero ese es un detalle menor, aunque significativo en cuanto al grado de instrucción y preparación que acompañaba a esos gallegos que salían por el mundo, en busca de un porvenir para ellos y su familia, la mayoría de las veces con la incertidumbre de no saber cuál era su destino final, por lo tanto desconociendo las costumbres, el estilo de vida del país que los recibiría. Mucho menos sabían en qué lugar del mapa se encontraba su nuevo país de adopción. Salvo excepciones no sabían prácticamente nada del lugar al cual irían a vivir...para siempre.

              Los que emigraban de las ciudades tenían mayores posibilidades de haber accedido a algún tipo de estudio, a veces bastante amplio. Los que partían de las aldeas o pequeñas poblaciones vivían sumidos en el desconocimiento general. Especialmente los de las aldeas iban de vez en cuando, siempre que no tuvieran que cumplir con la obligación de labriegos, que la necesidad o sus mayores les imponían.

              El caso de Isidoro García no escapó a ese promedio. Oriundo de la Galicia rural, vio la luz por primera vez el 31 de agosto de 1933, el  lugar denominado Vite, parroquia de Queixeiro, ayuntamiento de Monfero, partido judicial de Pontedeume, provincia la Coruña. ¡Cuántos nombres, cuántos lugares! Para llegar a un pequeño sitio poblado, de la mínima expresión, en este caso, tan mínima era que la casa más cercana se encontraba a unos doscientos metros de distancia."

 

              "Los padres de Isidoro, Andrés y María Antonia, primos etc., ellos habían formado un hogar en una humilde vivienda, primero en el lugar de Vite de Abaixo y después en Vite, a doscientos metros de distancia. Corría el año 1924 y las perspectivas de algún tipo de progreso en Galicia eran mínimas, como en décadas anteriores; entonces Andrés decide emigrar a Montevideo, en busca de algún porvenir para la familia, que para entonces ya se componía de seis personas: los padres y sus hijos: Sofía, Manuel, Genoveva y Amparo. Las noticias que llegaban de América eran alentadoras, lo cual animaba a muchos a emprender la aventura de la emigración. Había trabajo, desarrollo social, posibilidades de progreso. De cualquier forma, Andrés ya sabía que debería separarse de su familia por varios años, por lo tanto, el sacrificio sería importante"

 

              "En Uruguay, Andrés se desempeñó en diversas actividades, trabajando extensas jornadas, cambiando de un empleo a otro, tanto de sereno, como de empleado de comercio, o en una barraca de productos del agro, buscando siempre mejorar su situación a fin de poder juntar dinero suficiente para reclamar a los cinco que quedaban en Vite. En Montevideo estuvo ocho años, el dinero que lograba juntar no era necesario para pagar los pasajes de toda la familia, pues les giraba la mayor parte de su sueldo para que pudieran seguir subsistiendo."

 

(Andrés vuelve a España, sufre la Guerra Civil Española, es fusilado como tantos y ahora su hijo Manuel emigra.) Lectura de estos pasajes.

 

              "Para viajar a Montevideo, Isidoro Manuel tenía que comprar zapatos, pues no tenía otro calzado que zuecos y zapatillas. Su madre pensó que debería llegar más presentable a Uruguay donde había gente culta, educada. Así pues, María Antonia juntó el dinero como pudo y mandó a su hijo a Pontedeume a comprarse unos zapatos. No habría de ir en carro tirado por bueyes como lo hacían a veces cuando llevaban a vender a la feria huevos, o pollos o algún cerdo. Habría de viajar en "el correo", una especie de ómnibus en el cual el billete costa más económico si se viajaba en el techo. 

              Con su calzado nuevo en la caja y el poco dinero que le había sobrado en su bolsillo, lo justo para pagar el pasaje en "el correo", emprendió el regreso hacia su casa, pero antes de llegar a la parada del autobús se encontró con un feirón. Los puestos de venta de pan ejercieron tal poder de atracción que no resistió la tentación de comprar un enorme mollete de pan blanco. "Cuánto tiempo hace que no saboreo un pedazo de pan blanco? El problema que se presentaba es que si compraba el pan se quedaba sin dinero para el billete de bus. ¡Y... no dudó más! Prefirió caminar los trece kilómetros que lo separaban de su casa. Años después le contaría a sus hijos: "Aquel fue el manjar más sabroso que comí en mi vida". Desde que llegó a Montevideo el pan en la mesa era infaltable."

 

 

              "Dos años después de llegar a Montevideo, en 1953, merced al tesón, al empeño, las largas jornadas laborales y el ahorro de los dos hermanos, se produce una situación de fortuna. Los hermanos García, Isidoro y Andrés, logran reunir el dinero suficiente para traer a Montevideo a toda la familia. Maria Antonia se reúne con sus hijos en Montevideo, y, para mayor felicidad de la familia, completan el grupo emigrante, Amparo y Genoveva la hermana de los primeros con sus proles.

              Un domingo, estando todos en plena tarea, llega a la casa una paisana, amiga de la familia, que le llevaba a Genoveva una ropa para arreglar. En compañía de esa amiga venía su sobrina Gloria, una hermosa jovencita de ojos grandes, gallega también. A Isidoro se le subieron los colores cuando sus miradas se cruzaron por un instante... y jamás pudo desprenderse de aquella mirada.

              Varios meses después de ese acontecimiento, Isidoro concurre a uno de los bailes de la época estival de la Quinta de Galicia. La romería comenzaba a las diez de la mañana, cuando se abrían las puertas de la quinta para que el público entrara y se ubicara alrededor de las mesas de piedra que el público entrara y se ubicara alrededor de las mesas de piedra que había bajo la sombra de la arboleda. Al medio día aparecían las empanadas, las tortillas, la damajuana de vino. Las familias se juntaban. Los hombres mayores jugaban a la brisca o al dominó, las madres se dedicaban a contar historias a la vez que vigilaban a sus hijas, a ver con quién bailaban. A eso de las tres de la tarde las orquestas tocaban a todo ritmo y las pistas se llenaban de bailarines. La costumbre de las orquestas era tocar media hora y otro tanto de descanso. Cuando paraba la orquesta típica o de jazz, actuaban los gaiteros; entonces salían algunos a bailar la muiñeira, el pasodoble y la jota.

              Era costumbre que el caballero invitara a bailar a una muchacha. Si la madre de esta no hacía objeción, que podía ser mediante un gesto o una palabra, la pareja salía a la pista y por lo general bailaba toda la media hora, a no ser que la dama dijera "gracias" y se retiraba al lugar donde estaba su familia."

 

              "Ese domingo en la Quinta de Galicia, Isidoro invitó a bailar a una señorita. La orquesta recién comenzaba. De pronto, inesperadamente...¡Aquellos ojos grandes! Ella bailaba con otro chico. Entonces la mirada de Gloria e Isidoro se cruzaron otra vez (...) De pronto, se voltea, y entre un numeroso grupo familiar se cruza con aquellos ojos que parecían tener un imán. Como un autómata se dirige hacia Gloria... Bailaron todas las medias horas siguientes de ese domingo veraniego, fueron los últimos en retirarse de la pista...¡El flechazo fue para siempre!

              El 5 de enero de 1961, luego de varios meses de noviazgo con con el amor de su vida, el único, Gloria Arias López, gallega emigrante como él, varios años menor, nacida en Samos, muy cerca de Sarria. Eduviges, la mamá de Gloria, pasó a vivir con el matrimonio feliz y fue la abuela materna, amorosa, de los dos hijos que llegaron tiempo después: Andrés y Fernando. Llevaban más de cuarenta años de casados y mantenían la misma costumbre de cuando eran novios, compartían todo. Los sábados por la tarde salían a pasear por las calles de su barrio, cercano al El Prado, tomados de la mano. Un señor mayor que los veía pasar por delante de su puerta, uno de esos días les preguntó: "¿Por qué a esa edad madura, ustedes siguen aún tomados de la mano?" Gloria e Isidoro sonrieron: "Es porque aún somos novios".”.

                                                         Cuatro historias de emigrantes, Isidoro Manuel García García

 


 

Fragmento del cap. XX de La traducción de Pablo De Santis

   Capítulo XX

    El gerente dudó unos segundos, amagó una negativa, y finalmente tomó un manojo de llaves. Ana y Rauach desaparecieron en el ascensor.

    Subí las escaleras. El primer piso estaba desierto; en el segundo encontré a Ana, que caminaba perdida. Con las dos manos se apretaba la boca del estómago.

    Rauach, el gerente del hotel, cerró la puerta de la habitación. Sacó un pañuelo del bolsillo y limpió los números dorados, tres-uno-seis, hasta hacerlos brillar. Solo reaccionó cuando le toqué el hombro. No dijo nada, pero despertó.

    -Voy a llamar al comisario.

    Khun era un buen anfitrión; esperó que casi todos hubieran terminado de comer para dar la noticia: Rina Agri está muerta. Después de un profundo silencio, todo el mundo empezó a preguntar a la vez. Khun contestó, a medida que respondía, él perdía sus energías y también los demás; cada pregunta agotaba poco a poco el tema, pero también la animación.

    Guimar llegó como un personaje nuevo incluido en una comedia para animar un cuarto acto que agoniza. Dejó su impermeable sobre uno de los sillones. Miró hacia todos lados con reprensión; no hubo nadie que no sintiera algo de culpa por las molestias que causábamos al pacífico pueblo y a su pacífico comisario.

-¿Dónde está?- preguntó.

-En el 316. Lo acompaño- dijo Rauach.

Durante diez minutos, los traductores hablamos de Rina Agri. Hablamos, todavía en presente, como si no se hubiera ido del todo, como si estuviera haciendo las valijas y fuera una falta de tacto condenarla al pasado. Después de todo, había dos platos de más en la mesa, que nadie había tocado...

         Fragmento de La traducción de Pablo De Santis

domingo, 4 de mayo de 2025

Un viaje infernal. Crónica.

 Un viaje infernal


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    Buenos Aires, 5 de mayo de 1729 

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        Una sed infernal, comida agusanada, alojamiento hacinante y un buque comido por las chinches, pulgas, y piojos debió sufrir, durante el largo viaje, el segundo contingente de inmigrantes canarios que llegaron a poblar la vecina San Felipe y Santiago de Montevideo. Terroríficos detalles de esa travesía a bordo de la nave "San Bruno", fueron proporcionados ayer por el jesuíta P. Cayetano Cattáneo, que viajó en el buque y tiene informaciones vividas desde adentro.                        

Según el sacerdote dicho viaje careció de las mínimas condiciones de higiene y salubridad.

        "Estábamos reducidos al mínimo. Los pasajeros éramos una carga molesta. Pero lo peor no era el apretujamiento, con lo indecoroso y asfixiante que éste era (dormíamos 35 en una estrecha habitación), lo peor era la sed. El agua escaseó escandalosamente a lo largo de la travesía. Se permitían sólo tres vasos al día y la gente vendió hasta la propia camisa para conseguir un vaso extra. Como resultado la gente  llegó a Montevideo medio desnuda. Este trato inhumano se extendía hasta los propios marineros. Varios de ellos acabaron una tina de agua dos días antes de lo previsto y como el castigo el capitán los tuvo un día y medio sin probar una sola gota."

        ¿Significa eso que los pobladores canarios no eran pasajeros? El padre Cattáneo (que viene a ejercer su ministerio aquí, en Buenos Aires) explica el sentido de sus palabras. "Las familias canarias eran consideradas por la compañía asentista de don Cristóbal de Urquijo y don Francisco de Alzáibar como parte de la carga, como cosas y no como seres humanos. Y eso que la Corona les pagó 80 pesos por el transporte y la manutención de cada uno de ellos".

        Al parecer el verdadero negocio de Urquijo y Alzáibar es el transporte de mercaderías, no de colonos. De ahí que reduzcan al máximo el espacio destinado a los pasajeros. 

        Los datos sobre la comida que proporciona Caettáneo no son más alentadores. "La comida no era escasa, pero estaba en malas condiciones. Era raro no encontrar un pedazo de pan que no tuviese gusanos. Pero mucho más insufrible que esa comida incomible eran las pulgas, los piojos, y las chinches que poblaban el barco y asaltaban nuestros cuerpos sin posibilidad de combatirlos. Es que no había forma de lavarse o de cambiarse  de ropa. Se  viajaba  en un hacinamiento tal que nos podíamos ni afeitarnos, y ni siquiera peinarnos".

        Hay más detalles para colmar esa odisea. Cuando llegaron a la zona de la línea ecuatorial los esperó un nuevo martirio. El agua caía a raudales sobre los pasajeros y a las pocas horas los vestidos se les cubrían de gusanos blancos como los del queso. Dice el padre Caettáneo: "Es necesario formular públicamente estas denuncias para que no se repitan viajes similares y don Francisco de Alzáybar  y su  socio aumente sus sórdidas ganancias".

                                                                                Artículo periodístico anónimo.



















jueves, 17 de abril de 2025

La pieza ausente de Pablo De Santis

 La pieza ausente de Pablo de Santis 

Comencé a coleccionar rompecabezas cuando tenía quince años. Hoy no hay nadie en esta ciudad —dicen— más hábil que yo para armar esos juegos que exigen paciencia y obsesión. Cuando leí en el diario que habían asesinado a Nicolás Fabbri, adiviné que pronto sería llamado a declarar. Fabbri era director del Museo del Rompecabezas. 

Tuve razón: a las doce de la noche la llamada de un policía me citó al amanecer en las puertas del museo. Me recibió un detective alto, que me tendió la mano distraídamente mientras decía su nombre en voz baja —Laínez— como si pronunciara una mala palabra. 

Le pregunté por la causa de la muerte:

“Veneno” — dijo entre dientes.

Me llevó hasta la sala central del Museo, donde está el rompecabezas que representa el plano de la ciudad, con dibujos de edificios y monumentos. Mil veces había visto ese rompecabezas: nunca dejaba de maravillarme. Era tan complicado que parecía siempre nuevo, como si, a medida que la ciudad cambiaba, manos secretas alteraran sus innumerables fragmentos. Noté que faltaba una pieza.

 Laínez buscó en su bolsillo. Sacó un pañuelo, un cortaplumas, un dado, y al final apareció la pieza. “Aquí la tiene”. Encontramos a Fabbri muerto sobre el rompecabezas. Antes de morir arrancó esta pieza. Pensamos que quiso dejarnos una señal. Miré la pieza. En ella se dibujaba el edificio de una biblioteca, sobre una calle angosta. Se leía, en letras diminutas, Pasaje La Piedad.

 —Sabemos que Fabbri tenía enemigos —dijo Laínez. 

Coleccionistas resentidos, como Santandrea, varios contrabandistas de rompecabezas, hasta un ingeniero loco, constructor de juguetes, con el que se peleó una vez. —Troyes— dije. Lo recuerdo bien.

 — También está Montaldo, el vicedirector del Museo, que quería ascender a toda costa. ¿Relaciona a alguno de ellos con esa pieza?

 —Dije que no

 — ¿Ve la B mayúscula, de Biblioteca? Detuvimos a Benveniste, el anticuario, pero tenía una buena coartada. También combinamos las letras de La Piedad buscando anagramas. Fue inútil. Por eso pensé en usted. 

Miré el tablero: muchas veces había sentido vértigo ante lo minucioso de esa pasión, pero por primera vez sentí el peso de todas las horas inútiles. El gigantesco rompecabezas era un monstruoso espejo en el que ahora me obligaban a reflejarme. Solo los hombres incompletos podíamos entregarnos a aquella locura. Encontré (sin buscarla, sin interesarme) la solución. 

—Llega un momento en el que los coleccionistas ya no vemos las piezas. Jugamos en realidad con huecos, con espacios vacíos. No se preocupe por las inscripciones en la pieza que Fabbri arrancó: mire mejor la forma del hueco. Laínez miró el punto vacío en la ciudad parcelada: leyó entonces la forma de una M. Montaldo fue arrestado de inmediato. Desde entonces, cada mes me envía por correo un pequeño rompecabezas que fabrica en la prisión con madera y cartones. Siempre descubro, al terminar de armarlos, la forma de una pieza ausente, y leo en el hueco la inicial de mi nombre.